29.4.11

Las caballadas

Juan José Morosoli

Venían los ejércitos. Pasaban por las calles del pueblo y acampaban en los campos de Lavalleja o del Campanero.
Tras ellos venían grandes caballadas. Muchos animales iban quedando por los caminos, agotados, con los lomos deshechos, o quebrados. Los arreadores, de chiripá, barbudos y bien montados, nos saludaban con los rebenques de zotera chata, de cuero crudo. Al fin de la arreada venían las yeguas, con potrillos de patas largas y cabezas finas y nerviosas, con cascos claros que parecían romperse en las piedras.
Nosotros llevábamos ropa vieja a los hombres y éstos nos regalaban potrillos. Pero en casa nos obligaban a devolverlos para que no se murieran lejos de las madres.
Tras muchos ruegos solían darnos algún petiso maceta, sillón o chapinudo.
Éramos felices con ellos, hasta que venía otro ejército escaso de caballos y se los llevaba.
En la guerra lo que un ejército regalaba se lo llevaba el otro. Porque siempre eran dos ejércitos.


28.4.11

El camino

Juan José Morosoli

Nuestro rancho estaba en el fondo del campo. Era el último “puesto” de la estancia.
La escuela quedaba lejos.
Como no había caminos, para llegar a ella hubiéramos tenido que hacer un rodeo muy largo.
Nosotros oíamos hablar de aquel camino que nos acercaría a la escuela; a los otros niños y a los libros. Acaso cruzaran por él carretas y tropas y caballadas.
Pero al dueño del campo no le gustaban los caminos.
Camino, camino, camino. Ya era él una presencia llena de nuestra simpatía. Sabíamos que era algo más que una huella. Que estaba siempre quieto entre los alambrados tensos y derechos.
Que por él andaba nuestro padre y encontraba amigos y veía casas sucesivas y almacenes con jarras pintadas y recados y golosinas. Que por él iba al pueblo donde había como mil casas todas juntas...
Un día llegaron unos hombres. Clavaron banderines rojos por toda la extensión ilimitada...
Después llegaron más hombres y máquinas y carros y fueron haciendo el camino.
Por él fuimos a la escuela.
Éramos seis hermanos galopando alegres y felices.
El camino traía y llevaba gentes que hablaban con mi padre. Hablaban del propio camino y de ellos mismos y de nosotros y de la ciudad.
Un día mi padre y mi hermano partieron hacia ella.
Después lo hicimos nosotros. Levábamos lo que teníamos. Al rancho le sacamos las ventanas y la puerta.
Desde el camino nuestra casa parecía una cosa muerta, sin ojos y sin boca.
El camino nos llevaba y huía de la tapera.
No mirábamos para atrás por miedo de que la tierra nos llamara.


Necionalismo