13.2.14

Sherlock y Saga: la venganza del Asperger

Sherlock y Saga: la venganza del Asperger 

 

Por Pablo Valle


No hay que ser un experto en Foucault para entender que las enfermedades (y muy especialmente las psiquiátricas, por ejemplo el síndrome de Asperger) son construcciones discursivas. Más precisamente, me atrevería a conjeturar, objetos dentro de ciertas “formaciones discursivas”. Se toman algunos “síntomas”, se los reúne, a veces separándolos de un conjunto mayor (en este caso, el “espectro del autismo”), y se inventa la enfermedad. Así como, tomando y reuniendo ciertas prácticas sexuales concretas —muy diferentes entre sí, pero quizás muy parecidas a otras que quedan “afuera”—, se inventa al homosexual y la homosexualidad.

¿Para qué? Toda teleología es una vía peligrosa, pero hay varias evidencias. La más obvia: desarrollar y vender medicamentos específicos para esa enfermedad recién “descubierta”. Medicamentos que, luego de algún tiempo, serán cuestionados (pensemos en la mortífera ritalina, recetada casi como una golosina para el síndrome de hiperactividad, un ejemplo paralelo al del Asperger), e incluso prohibidos, lo cual a su vez generará una cascada de juicios, etc. Lo libre del “mundo libre”, quizás, no sea el mercado, sino la posibilidad ilimitada de llevar a juicio literalmente cualquier cosa. La infinita capacidad de destrucción y construcción permanentes del capitalismo, que supuestamente elogiaba Marx, ahora parece limitarse a lo que pasa en los tribunales de “oscuras regiones” (la expresión es de Bush Jr. para referirse a Medio Oriente, la cuna del mundo según su propia religión, pero podría aplicarse también, por ejemplo, a Florida, cuya Corte le regaló su primera presidencia).
En este sentido, al manual de los psiquiatras norteamericanos, el celebérrimo DSM-x (imprescindible para diagnosticar y recetar en vistas tanto de la cobertura de la medicina privada como de futuros juicios por mala praxis), le pasa como al diccionario de la Real Academia tal como citaba Borges: “Cada edición (va por la V) hace lamentar la precedente”.
Otra finalidad posible nos reenvía al buen Michel (que murió, y quizás mató, con la enfermedad paradigmáticamente discursiva, en ese momento “mortal”, ahora “crónica”): generar discurso. Las enfermedades “nuevas” son máquinas discursivas que producen sin cesar: libros, papers, artículos en medios masivos, sitios de internet, ponencias en congresos, speeches para visitadores médicos. Una enorme fuente de trabajo, por otra parte. Incluyendo series de televisión.
Así como hubo una (larga) época de protagonistas que eran criminales “simpáticos” —Tony Soprano, Hannibal Lecter, Dexter Morgan, Walter White—, parece que ha llegado el momento de los autistas. Quién sabe cuánto durará y seguramente hay otros ejemplos, pero por ahora me interesa hablar de un par de series recientes cuyos personajes han sido asociados a ese síndrome llamado de Asperger: la británica Sherlock y la sueco-danesa Broen/Bron (El puente).

(...)


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