Primera imposibilidad: Winkel
Por fin, un día, en el terrible año de 2001, estuve solo en
Johannisberg, con algo de tiempo por delante. Eran casi las cinco de la
tarde, pero confiaba en poder hacer la deseada incursión a Winkel, a
orillas del Rin, y quizás un poco más allá. Encaré los dos kilómetros
por la ruta, decidido. Era el camino hecho mil veces, todas las mañanas,
con el auto. Y de vuelta a la noche, en plena oscuridad. Pero esta vez,
a pie, la cosa se ponía difícil. Mucho pasto y algo de barro, nada muy
sólido. No hay propiamente banquina, sino la franja, irregular en ancho y
altura, que van dejando las viñas, más o menos a su capricho. (Un par
de años después, descubriría que era mucho mejor bajar a través de los
viñedos, aunque tardara más.)
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