por Horacio Legrás
Si se me permite una licencia interpretativa –y qué opción hay- yo diría que la sociedad argentina es una sociedad psicótica. Una sociedad que no ha interiorizado la ley. Por eso siempre fuimos más libertinos que libres. El venerable Kant tal vez tenía razón. No se puede ser libre fuera de la ley, y la libertad consiste en darse leyes a uno mismo. Algunas leyes calaron en el espíritu nacional y otras no. Pero la LEY, como fundante y estructurante, como condición de posibilidad de toda ley futura, siempre ha estado más o menos ausente. Como los psicóticos, hablamos la lengua de la ley sin haber interiorizado realmente sus requisitos. Es una mimesis o una performance, pero ningún sujeto se funda en ese acto.
Los últimos años, sin embargo, han traído consigo un lento proceso de subjetivación. Una cosa es vanagloriarse de que Buenos Aires es un gran destino para el turismo gay. Otra cosa es pasar una ley que aprueba el matrimonio homosexual. Una cosa es despotricar contra los jueces corruptos “de siempre” y otra distinta en reformar la corte suprema para que refleje las aspiraciones de los ciudadanos. Una cosa es regocijarse en la impotencia y la injusticia, otra muy distinta es tener la audacia de pretender dictarle a la realidad la norma de nuestra esperanza. Del libertinaje a la libertad. Tal vez sea esta la ecuación fundamental –que sin duda con muchos errores y vacilaciones- Kirchner propuso a la sociedad argentina. Para que esa propuesta fuera posible, todo el piso debió haber temblado bajo nuestros pies. Sobre la memoria de ese temblor, cuando lo único que existía en el horizonte era el miedo de su retorno, Kirchner construyó la totalidad de su figura política. Toda biografía de Kirchner será siempre falsa. Kirchner nunca se imaginó siquiera que él llegaría a ser Kirchner. Su carrera política comienza en el 2001 y termina en el 2007. No hay nada antes ni después –hasta ahora.
El duelo por su muerte tiene todas las características del duelo por la muerte del padre. Frente a la anomia del 2003, Kirchner impuso algo que se parecía mucho a la ley. La ley fundamental es la del deseo. La “reconstrucción” argentina podría haber empezado por muchos lados, por cualquier lado. Kirchner simplemente nombró los lugares de constitución de un deseo porque alguien tenía que darles nombre a las cosas. Fue él como pudo ser cualquier otro. Pero eso no cambia el hecho de que fue él. Subordinación del poder militar al civil, reforma de la corte suprema, política de derechos humanos. No es casual que todas estas medidas estén íntimamente unidas al universo de la ley. Se debe desear esto y no otra cosa. Esa es la función del padre. La frase “estar huérfano”, que veo repetida en los diarios, refiere a mi parecer a esta realidad fundamental. Despues del 2007, Kirchner continuó siendo el padre, no sólo para los kirchneristas, sino, en forma más importante y vital, para los anti-kirchneristas que se aferraron a él como ese único resto que los podía confirmar como sujetos de una palabra. ¿No se entrevé ya, en estas horas, la vacuidad de un Macri o de un De Narvaez, su pertenencia a un universo pre-edípico y pre-simbólico de la cultura política argentina? No es sólo una función del silencio. Reutemman, Duhalde o Binner son tan opositores como ellos, pero la muerte de Kirchner no los afantasma, porque Kirchner nunca fue para los últimos el registro desde donde la realidad comenzaba a tomar consistencia.
Como muchas veces se dice en las películas comerciales de Hollywood –de La guerra de las Galaxias a Harry Potter-, el héroe es más poderoso muerto que vivo. Algo de esto, creo, ocurre en el caso de Kirchner. Para que el kirchnerismo pueda concluir su ciclo histórico –un ciclo histórico que, como el del peronismo de Perón, se superpone exactamente con la totalidad de la sociedad argentina y su historia-, se requería que la ley que Kirchner encarnó en vida, pero que su figura impedía se propagara a todos, tome finalmente la fuerza de un evento. Ese evento es la muerte de Kirchner. A mí me parece sintomático la repetición de la palabra “huérfano” que se hace estos días para expresar el dolor ante su muerte. Igualmente sintomático se me hace que la mayoría de los carteles que veo se refieran no a él sino a Cristina. Por último, se me hace sintomático que Cristina sea evocada las más de las veces con la palabra “presidenta”. (El cartel más grande que se ve en la manifestación en plaza de Mayo dice “Fuerza Presidenta.”) En su muerte, Kirchner devino Néstor y Cristina la Presidenta. La relación de esto último con el universo de la ley –con el universo de esa ley interior, fundante de un sujeto- me parece obvia. Hay en estas muestras un cierto retroceso de ese insoportable machismo y paternalismo argentino, de esa deferencia al falso padre, quien no funda nada, que solamente vive en la ética del libertinaje porque nunca tuvo la fuerza o el coraje de pelear por la libertad.
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