24.2.12

Hablando de poesía con el recaudador de impuestos


de Vladimir Maiacovsky

Ciudadano inspector, 
perdone la molestia. 
Gracias, 
no se preocupe, 
me quedaré de pie. 
Quiero tratar 
un asunto bastante delicado: 
qué sitio ha de ocupar 
el poeta 
en las filas obreras. 
Igual que los que tienen 
tiendas y terrenos 
también yo debo pagar 
impuestos. 
Usted me pide 
quinientos al semestre 
más veinticinco 
por no declarar a tiempo. 
Mi trabajo 
es igual 
a cualquier otro. 
Mire 
cuántas pérdidas, 
cuántos gastos 
invierto en materiales. 
Usted sabe 
naturalmente 
eso que llaman rima. 
Si la primera línea 
termina en "ajo" 
entonces, la tercera, 
repitiendo las sílabas 
debe poner 
algo así 
como "cascajo". 
Si utilizo su lenguaje 
la rima es un cheque, 
hay que cobrarlo alternando los versos 
y buscas 
con detalle sufijos y prefijos 
en el cofre vacío 
de las declinaciones, 
de las conjugaciones. 
Coges una palabra 
y quieres meterla en la estrofa 
pero si no entra 
y aprietas, 
se rompe. 
Ciudadano inspector: 
le juro 
que el poeta paga caras 
las palabras. 
Hablando mi lenguaje 
la rima es un barril 
de dinamita, 
y la estrofa es la mecha. 
La estrofa se consume, 
y estalla la rima, 
y por el aire y la ciudad 
la estrofa 
vuela. 
¿Dónde hallar, 
y a qué precio, 
rimas que estallen 
y de golpe maten? 
Quizá sólo sean 
cinco las rimas 
increíbles 
y sin estrenar, perdidas 
más allá 
de Venezuela. 
Me voy a buscarlas, 
haga frío, haga calor, 
atado por anticipos, préstamos y deudas. 
Ciudadano, 
tenga en cuenta 
el pago de los viajes. 
La poesía 
toda 
es un viaje a lo desconocido. 
La poesía 
es como la extracción del radio 
-Un año de trabajo 
para sacar un gramo. 
Sacar una sola palabra 
entre miles de toneladas 
de materia prima verbal. 
Pero ¡qué ardiente 
el calor de estas palabras 
comparado 
con la humeante 
palabra bruta! 
Esas palabras 
mueven 
millares de años, 
millares de corazones. 
Claro 
que hay poetas 
de distinta calidad. 
Muchos 
de hábil mano, 
como prestidigitador, 
sueltan estrofas de la boca, 
suyas y de otros. 
Y para qué hablar 
de los castrados líricos. 
Meten un verso ajeno 
y están felices. 
Eso es 
robo y despilfarro 
uno más entre los que azotan el país. 
Esos 
versos y odas 
aplaudidos 
hasta la saciedad 
entrarán en la historia 
como gastos accesorios 
de lo hecho 
por dos o tres buenos versos 
de nosotros. 
Muchos kilos de sal 
habrás de comer 
como suele decirse, 
y fumar cien cigarrillos 
hasta 
sacar 
la palabra preciosa 
de las honduras artesianas 
de la humanidad. 
Rebaje por eso 
los impuestos, 
quítele 
una rueda 
a los ceros. 
Uno noventa 
cuestan cien cigarrillos. 
Uno sesenta 
la arroba de sal. 
Demasiadas preguntas 
su formulario tiene: 
¿Ha viajado 
o no ha viajado? 
Y si le respondo 
que en estos quince años 
he reventado 
decenas de Pegasos, 
¿qué? 
Póngase usted 
en mi sitio, 
piense en el servicio 
y propiedades. 
¿Qué ha de contestarme 
si le digo que soy 
caudillo popular 
y al mismo tiempo 
trabajo a su servicio? 
La clase obrera 
vibra en nuestras palabras, 
somos proletarios 
motores de la pluma. 
La máquina 
del alma 
se gasta con los años. 
Dicen entonces: 
estás gastado, 
fuera. 
Cada vez amas menos, 
te arriesgas menos 
y mi frente 
desgastada 
por el tiempo no arremete. 
Entonces llega 
el desgaste mayor, 
el desgaste 
del alma, del corazón. 
Y cuando 
este sol, 
grande y redondo 
se alce 
en el futuro 
sin lisiados ni tullidos, 
ya me habré 
podrido, 
muerto en una cuneta 
junto 
a decenas 
de mis colegas. 
Hago 
mi balance final. Afirmo, 
y no miento: 
entre los vividores 
y actuales fulleros 
seré 
el único 
con deudas impagables. 
Nuestra deuda 
es aullar 
como sirenas de bronce, 
entre la niebla filistea 
y el fragor de la tormenta. 
El poeta 
siempre adeuda al universo, 
paga con su dolor 
las multas, 
los impuestos. 
Adeudo 
las calles de Broadway, 
los cielos de Bagdad, 
el ejército rojo, 
los jardines de cerezos del Japón, 
todo aquello 
sobre lo que aún 
no pude cantar. 
Al fin y al cabo,
¿para qué 
tanto jaleo? 
¿Para disparar rimas 
y atronar con el ritmo? 
La palabra del poeta 
es su resurrección, 
su inmortalidad, 
ciudadano inspector. 
Dentro de cien años, 
en un pliego de papel 
cogerán una estrofa 
y resucitarán este tiempo 
Y ese día 
surgirá 
con fulgor de asombros, 
y olor a tinta 
le envolverá en su vaho, 
señor inspector. 
Usted, habitante convencido 
del día de hoy 
saque en el Comisariado de Caminos 
un pasaje para la eternidad, 
calcule 
el efecto de mis versos, 
divida 
mi salario 
en trescientos años. 
Mas la fuerza del poeta 
no estriba 
en que le recuerden a usted en el futuro 
y se asusten. 
No. 
Hoy 
la rima del poeta 
es caricia también, 
consigna, 
látigo, 
bayoneta. 
Ciudadano inspector, 
pagaré cinco 
quitando los ceros que van detrás. 
Por derecho 
yo 
reclamo un hueco 
entre las filas 
de los obreros 
y campesinos más pobres. 
Y si usted piensa 
que todo consiste 
en saber utilizar 
palabras ajenas, 
entonces, camaradas, 
aquí tienen mi pluma, 
y escriban 
ustedes 
cuanto quieran.


(traductor desconocido; agradecería información al respecto)


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