En un capítulo
de su programa de televisión Sin reservas,
Anthony Bourdain va a Berlín. Entre otras cosas, comparte una comida con un
exfuncionario de la burocracia comunista del este. El tipo le cuenta una historia
muy particular.
En el lado
oriental, sólo podían comer cerezas cuando era la estación (como cuando yo era
chico, por ejemplo). Deliciosas y muy baratas. Su familia era fanática de las
cerezas. Un día, o quizás varias veces, oyeron que, en el lado oeste, se
conseguían cerezas y, de hecho, toda clase de frutas, ¡todo el año! Apenas lo
podían creer.
Un día, esta vez
sí, como miembro del funcionariado, logra un permiso para pasar al lado
occidental de Berlín. Junta toda la plata que puede y se manda. Lo primero que
hace es comprar cerezas, todas las que consigue. Ya lo sorprende que sean taaaan
caras (claro, estaban fuera de estación, él no entiende del todo eso).
Pero hubo algo
aun peor: cuando vuelve a su casa, y toda la familia se dispone a disfrutar del
privilegio de comer cerezas en una época del año en que eso no estaba previsto,
comprueban que… no tienen gusto a nada.
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