23.3.12

Cruzados


(un cuento de Anthony Bourdain)


Se dice que, antes de partir, los cruzados de antaño solían detenerse un momento en la iglesia local. Allí se les permitía comprar indulgencias. Supongo que era algo así como asegurarse con el sistema de pre-pago la tarjeta de crédito concedida por los cielos. Las negociaciones se desarrollarían más o menos así:
«Bendígame, Padre, porque estoy a punto de pecar. Tengo proyectado violar, saquear y destripar, a lo largo de mi camino por Europa meridional y el norte de África; tomar el santo nombre de Dios en vano; cometer todos y variados actos de sodomía; expoliar los lugares sagrados del islam: matar mujeres, niños y animales, dejándolos reducidos a un montón de cenizas humeantes... Bueno y, como es natural, montar las acostumbradas orgías de la soldadesca... Además de arrancar ojos, descuartizar cuerpos, echar gentes a las fieras e incendiar. Padre, ¿cuánto me va a costar una agenda tan pecaminosa?»
«Todo eso sólo te costará un techo nuevo para la sacristía, hijo mío, algunas alfombras para ahí abajo. Tengo entendido que hacen una preciosidad de alfombras en esos sitios por donde vas a andar... Y, como diezmo, digamos el quince por ciento de lo que recojas.»
«Trato hecho.»
«Que la paz sea contigo, hijo mío.»

(extraído de Confesiones de un chef)

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