No, no será un comentario de un libro homónimo (de Edgardo Cozarinsky) que leí mil veces y "me marcó para siempre".
Será una breve historia perteneciente a ese subsubgénero que podría llamarse "Mi encuentro (más o menos raro) con Borges" o "El día en que me tropecé con Borges", o algo así.
Siempre quise contarlo, pero desistí cuando conocí la versión Fresán, habitualmente demasiado cool como para competir con él: parece que Rodrigo chocó con Borges luego de salir despedido de una discusión con novia ocasional, y lo derribó en plena calle (fatigada calle, derribada calle). ¿Muy simbólico? Sí, pero creerle o no creerle está de más. Borges, de todas maneras, es mucho más difícil de voltear.
En mi caso, me choqué con Borges a la salida del baño del fenecido cine Libertador, en la calle Corrientes. Lo golpée levemente con la puerta vaivén que se abría hacia afuera. Seguro que estaba esperando que María Kodama lo fuera a buscar (ella también había ido al baño; al de Damas, quiero decir).
¿Borges en el cine? Sí, lo juro. Había ido a ver, o sea a oír, una película extraordinaria que se llamaba Stevie, la biografía de una poetisa inglesa, Stevie Smith, interpretada, exclusivamente en un largo monólogo hipnótico, por Glenda Jackson. Sí, yo estaba enamorado de Glenda Jackson, desde antes del libro de Cortázar. No, no me animé a hablarle; a Borges, digo.
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