La Crónica (San Francisco),
25 de noviembre de 1917.
La necesidad de que el señor Carranza, jefe en las postrimerías de 1913 de una chusma poco numerosa que capitaneaba el general que derrotó Villa en Chihuahua, Jacinto Treviño y Pablo González, vistiera uniforme, se impuso. Los soldados no tenían respeto para aquel señor que nunca combatía y a quien nadie hacía el menor caso, y que sin embargo era, según escuchaban de labios de algunos oficiales, el jefe supremo de todas las fuerzas revolucionarias. Villa, que ya por entonces había adoptado el casco prusiano, también necesitaba que lo mandara un hombre uniformado, pues de otra manera no sentía ningún respeto, toda vez que a los «catrines» los había vencido en singulares encuentros.
¿Qué hacer para que el señor Carranza apareciera uniformado ante su gente? El problema se presentaba bien difícil, casi sin solución; pero como era muy urgente resolverlo, Pancho Serna, un cantinero que andaba con el carácter de Coronel en las fuerzas revolucionarias, y que fungía como maestro de ceremonias, se propuso encontrar un uniforme que se adaptara a la figura del señor Carranza.
Las luchas que hizo el simpático cantinero, que de Sancho tiene más que de Don Quijote y de revolucionario menos que de expendedor de venenos alcoholizados, no se conocen, pero sí se sabe que vio coronados sus esfuerzos en esta ocasión como en muchas otras, por el más brillante de los éxitos.
El uniforme no fue impuesto al señor Carranza, que él mismo solicitádolo había, pues reconoció, por una parte, la necesidad de vestirlo para aparecer como «algo» ante sus hombres y, por otra, hacía ya muchos años que acariciaba la idea de portar un uniforme más ostentoso que el de subteniente reservista (único que había vestido por orden de su general don Bernardo Reyes).
El que ahora le presentaba Pancho Serna era azul, de paño, con dos bandas plateadas el pantalón y el saco bordado por mil alamares y cintajos de oro; muy entallado y con botones ornados con águilas prusianas, es decir de dos cabezas.
Cuando apareció ante sus hombres, provocó en los humildes soldados y en los no menos humildes jefes, una emoción de asombro; y hubo alguien que expresara en unas cuantas palabras tal impresión, diciendo: «Ese sí es uniforme y no el de los generales federales».
Uniforme era, en verdad, el encontrado por Pancho Serna en quién sabe cuál maleta de comediante. Uniforme, y muy raro y vistoso.
Pero lo importante del suceso ocurrió cuando el señor Carranza visitó a Villa, y se presentó ante los ojos del guerrillero norteño con aquellos pantalones rayados de plata y oro, y con aquella chaquetilla de alamares. El ranchero fijó su mirada en las águilas de dos cabezas que tenían realzados los botones y, con tono socarrón, le preguntó al señor Carranza:
-¿Esos zopilotes de dos cabezas son japoneses? Porque lo que es yo no los he visto volar en el monte en toda mi vida.
El señor Carranza sonrió, y bajó su nevada barba para ocultar los dorados botones.
José Ramos, Anécdotas de la Revolución
(texto completo acá)
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