Proyecto Sarmiento, para sus obras completas en Internet.
31.1.07
Un sitio dedicado a Wenceslao Roces, traductor de El capital y la Fenomenología del Espíritu, entre otras proezas.
30.1.07
25.1.07
Blog Deshecho en Buenos Aires.
Es muy interesante la polémica con Daniel Link a raíz de una crítica de Ariel Schettini a su última novela.
Pero estamos de vacaciones, así que no puedo dejar de mencionar una foto de Mónica Bellucci que casi casi haría pensar que Dios existe. O, por lo menos, que uno quisiera tomar un par de ginebras con Vincent Cassel.
Es muy interesante la polémica con Daniel Link a raíz de una crítica de Ariel Schettini a su última novela.
Pero estamos de vacaciones, así que no puedo dejar de mencionar una foto de Mónica Bellucci que casi casi haría pensar que Dios existe. O, por lo menos, que uno quisiera tomar un par de ginebras con Vincent Cassel.
24.1.07
"Los dos finales de La naranja mecánica": excelente artículo de Charly Gamerro (la película la están dando en I-Sat).
Lo curioso es que también él sufrió esa confusión que yo alguna vez confesé: creer que Los demonios, de Ken Russell, se basaba en Dostoievsky (cuando en realidad se basa en Los demonios de Loudun, de Huxley).
Lo curioso es que también él sufrió esa confusión que yo alguna vez confesé: creer que Los demonios, de Ken Russell, se basaba en Dostoievsky (cuando en realidad se basa en Los demonios de Loudun, de Huxley).
Solapa(ndo)
"Las solapas como las dedicatorias son un género literario. Claro: no tienen la espectacularidad de los textos publicitarios ni la irritante crispación de los yingles, pero se acercan a lo clandestino de los anónimos. Por su redacción son monopolio exclusivo y oblicuo de los autores de los libros, aunque habría dos variantes: cuando la redacción es de algún amigo al que se la solicita y la firma o en los casos en que interviene un redactor de la editorial. Pese a eso, el autor siempre verifica qué dicen de él y propone cambios, retoca las pruebas, introduce un adjetivo sagaz, suprime algún adverbio o traslada el movimiento del texto al presente inmediato para hacerlo más cálido sin dejar de sentirse histórico. En fin, que el autor del libro es el autor de la solapa. O, si se prefiere, la solapa es prolongación de la obra y donde el autor muestra indirectamente cómo quiere ser visto. La solapa, pues, es la imagen que de sí mismo propone el autor. Sin embargo, en un movimiento cargado de ambigüedades, escamotea su responsabilidad; es una coartada que implica querer ser visto de determinada forma, pero como si esa perspectiva fuese totalmente espontánea. Las intenciones que supone redactar un texto sobre uno mismo serían el producto natural de un redactor eficiente y abstracto, en este caso la editorial como estructura gigantesca y sin rasgos. O, con mayor precisión: el autor pretende hacer pasar la imagen que de sí mismo ha elaborado como visión espontánea segregada por su comunidad. Y no.
De ahí que sea indispensable que el autor asuma el texto de la solapa. 'El estado soy yo' decía un rey francés. Pues bien: mi solapa soy yo, mis libros, un capítulo más que me pertenece por entero" (David Viñas, solapa de Las malas costumbres , Buenos Aires, Jamcana, 1963).
(robado a Linkillo, o a un comentador anónimo)
De ahí que sea indispensable que el autor asuma el texto de la solapa. 'El estado soy yo' decía un rey francés. Pues bien: mi solapa soy yo, mis libros, un capítulo más que me pertenece por entero" (David Viñas, solapa de Las malas costumbres , Buenos Aires, Jamcana, 1963).
(robado a Linkillo, o a un comentador anónimo)
Dale que va
Un tema banal. Se está jugando el Sudamericano sub-20, que clasifica cuatro equipos para el mundial de Canadá de este año (lo que no es muy importante) y dos equipos para las Olimpiadas del año que viene (que ya es otro cantar). Parece que algunos equipos (locales y extranjeros) se negaron a ceder jugadores de esa categoría. Pregunta no menos banal: ¿la participación en las Olimpiadas no es una cuestión, digamos, aunque suene rimbombante, de Estado? ¿Cualquiera decide, o al menos, influye, sobre eso? En los últimos Juegos, Argentina ganó por primera vez una medalla dorada (gracias al Loco Bielsa, a Carlitos Tévez y al Poroto Lux, de valla invicta). ¿A nadie le interesa mantener ese nivel, ya que en otros deportes vamos a volver a dar prolija lástima?
23.1.07
21.1.07
Desde que los muchachos de Blogger se entongaron con Google, esto va de mal en peor, creo que ya lo dije. Por un lado, me llegan los comentarios por correo, pero con los caracteres mal. Por otro, no recibo mis propias entradas por correo, pese a que en las Opciones está bien especificada mi dirección (como siempre).
Si alguien tiene la solución, chifle, plis.
Si alguien tiene la solución, chifle, plis.
- Alexandr Soljenitsin, Un día en la vida de Iván Denísovich, Barcelona, Plaza & Janés, 1975.
Leí esta novela porque la menciona elogiosamente Lukacs en un artículo tardío (“Realismo socialista hoy”, Revista de Occidente, año IV, 2.ª época, N.º 37, abril de 1966). Y porque la tenía a mano, claro.
Hay varias curiosidades al respecto. Primero, la clasificación como “novela corta”. Sospeché desde un principio que debe de haber una denominación más específica en ruso. Porque para “nouvelle” queda demasiado larga. Es cierto que la unidad de tiempo (precisamente, “un día”) ayuda a imaginarla como un todo breve, muy concentrado. Lo que importa, en todo caso, es que la visión positiva del teórico húngaro reposa en gran medida en esa clasificación, porque una “novela corta” tendría, según él, la posibilidad de ser eximida de la exigencia de reflejar la “totalidad” de la vida social, su esencia como proceso y/o estructura. Puede limitarse a una parcela, que aluda hábilmente a todo lo demás. (Y, en este caso, el campo de concentración representa al estalinismo, no porque sea un símbolo de éste, o no sólo por eso, sino porque éste, de hecho, lo produce.)
En efecto, Un día... se consagra más a “describir” que “narrar” la vida en un campo de concentración soviético, desde el toque de diana hasta la hora de acostarse. Lo hace obsesivamente, atento a los menores detalles, casi de manera conductista, desde el punto de vista del protagonista (lo cual también contradice otro punto central de la teoría lukacsiana, que es la necesidad de la omnisciencia, para esquivar las trampas jamesianas del “subjetivismo” modernista, etc.).
Y lo más interesante de todo: por momentos, el relato se hace kafkiano. Ya sabemos de las desafortunadas elecciones de Lukacs al respecto, en otros tiempos: Thomas Mann, y no Kafka. Es cierto que, precisamente, en este artículo, de 1964, reivindica a Kafka, pero más que nada contra Beckett (Lukacs siempre fue incorregible).
Hay un episodio muy significativo, en el que colisionan regímenes legales imposibles de cumplir, que resulta la parte más afín a Kafka y que éste hubiera firmado tranquilamente. Las autoridades del campo dictan una ley según la cual los reclusos no pueden andar solos por el lugar en sus (pocos) ratos libres; tienen que ir en grupos de cinco o seis. Al principio, la ordenanza se cumple, pero pronto se vuelve molesta y cae en desuso, de hecho, porque, por ejemplo, no van a ir al baño en grupos. Y las mismas autoridades a veces llaman a un recluso en particular, y sería absurdo que lo acompañaran otros cualesquiera. Y más todavía: no van a cruzarse de un barracón a otro en grupos..., sobre todo porque está prohibido cruzarse de un barracón a otro... (pero lo hacen). Etcétera.
¿Qué diferencia a Soljenitsin de Kafka? Quizás, que el primero cuenta una experiencia “real”, que además probablemente ha vivido o, por lo menos, presenciado. Que las comillas no hagan suponer que desprecio la diferencia. Al contrario. Sólo me intriga saber qué hubiera opinado Lukacs sobre Un día... cuarenta o veinte años antes, tanto si lo hubiera escrito Kafka como si lo hubiera escrito Soljenitsin.
Leí esta novela porque la menciona elogiosamente Lukacs en un artículo tardío (“Realismo socialista hoy”, Revista de Occidente, año IV, 2.ª época, N.º 37, abril de 1966). Y porque la tenía a mano, claro.
Hay varias curiosidades al respecto. Primero, la clasificación como “novela corta”. Sospeché desde un principio que debe de haber una denominación más específica en ruso. Porque para “nouvelle” queda demasiado larga. Es cierto que la unidad de tiempo (precisamente, “un día”) ayuda a imaginarla como un todo breve, muy concentrado. Lo que importa, en todo caso, es que la visión positiva del teórico húngaro reposa en gran medida en esa clasificación, porque una “novela corta” tendría, según él, la posibilidad de ser eximida de la exigencia de reflejar la “totalidad” de la vida social, su esencia como proceso y/o estructura. Puede limitarse a una parcela, que aluda hábilmente a todo lo demás. (Y, en este caso, el campo de concentración representa al estalinismo, no porque sea un símbolo de éste, o no sólo por eso, sino porque éste, de hecho, lo produce.)
En efecto, Un día... se consagra más a “describir” que “narrar” la vida en un campo de concentración soviético, desde el toque de diana hasta la hora de acostarse. Lo hace obsesivamente, atento a los menores detalles, casi de manera conductista, desde el punto de vista del protagonista (lo cual también contradice otro punto central de la teoría lukacsiana, que es la necesidad de la omnisciencia, para esquivar las trampas jamesianas del “subjetivismo” modernista, etc.).
Y lo más interesante de todo: por momentos, el relato se hace kafkiano. Ya sabemos de las desafortunadas elecciones de Lukacs al respecto, en otros tiempos: Thomas Mann, y no Kafka. Es cierto que, precisamente, en este artículo, de 1964, reivindica a Kafka, pero más que nada contra Beckett (Lukacs siempre fue incorregible).
Hay un episodio muy significativo, en el que colisionan regímenes legales imposibles de cumplir, que resulta la parte más afín a Kafka y que éste hubiera firmado tranquilamente. Las autoridades del campo dictan una ley según la cual los reclusos no pueden andar solos por el lugar en sus (pocos) ratos libres; tienen que ir en grupos de cinco o seis. Al principio, la ordenanza se cumple, pero pronto se vuelve molesta y cae en desuso, de hecho, porque, por ejemplo, no van a ir al baño en grupos. Y las mismas autoridades a veces llaman a un recluso en particular, y sería absurdo que lo acompañaran otros cualesquiera. Y más todavía: no van a cruzarse de un barracón a otro en grupos..., sobre todo porque está prohibido cruzarse de un barracón a otro... (pero lo hacen). Etcétera.
¿Qué diferencia a Soljenitsin de Kafka? Quizás, que el primero cuenta una experiencia “real”, que además probablemente ha vivido o, por lo menos, presenciado. Que las comillas no hagan suponer que desprecio la diferencia. Al contrario. Sólo me intriga saber qué hubiera opinado Lukacs sobre Un día... cuarenta o veinte años antes, tanto si lo hubiera escrito Kafka como si lo hubiera escrito Soljenitsin.
20.1.07
19.1.07
17.1.07
Los countries en la mira de los asaltantes: hubo robos en Guernica y Pilar
Tienen sus propias escuelas, sus propias iglesias, su propia policía, su propia justicia, sus propias leyes, sus propios escritores. Pronto quizás constituyan una especie distinta de humanos. Pero no pueden construir muros suficientemente altos.
Tienen sus propias escuelas, sus propias iglesias, su propia policía, su propia justicia, sus propias leyes, sus propios escritores. Pronto quizás constituyan una especie distinta de humanos. Pero no pueden construir muros suficientemente altos.
15.1.07
Biblioteca
Ojalá el debate alrededor de la Biblioteca Nacional, con sus aristas lastimosas y todo, lleve a algo positivo. No se daba algo así, más o menos, desde que se instaló la estatua del Papa, que ya está tan naturalizada como las burocracias sindicales.
Cuando ambos Horacios aceptaron sus respectivos puestos, unas posiciones posibles ya estaban previamente definidas. Quiero decir: la situación interna de la Biblioteca era bien conocida, bien antigua y bien sólida; por lo tanto, estructuralmente, había una serie de “posiciones a ocupar” (en el sentido de Bourdieu, diría yo, con perdón).
Un Horacio elige hacer la de Kirchner; en términos de Silvio Rodríguez, “arar el porvenir con viejos bueyes”. (Los bueyes serían, en el caso K, los exduhaldistas, que, no nos olvidemos, se cargaron varios presidentes en unos pocos días.) Algo así: “Hacer algo es mejor que nada, y sólo se puede hacer algo contando con lo que hay, aunque sea horrible. Si no, duro tres días, o tres meses, y serán tres días o tres meses al pedo. Para eso, mejor no acepto. Pero acepto.” De ahí sus continuas (y algo enigmáticas) referencias elogiosas, en los primeros discursos, a los empleados de la Biblioteca. Traducido: “Contra ellos, no puedo nada. Con ellos, puedo un poquito así; y quizás mañana, otro poquito más, y después...” Porque, además, esos empleados responden a tres gremios distintos, con pequeñas diferencias ideológicas que pueden dar fácilmente la esperanza (la ilusión) de la posibilidad de quebrarlos por la línea, tan elusiva, de esas diferencias. Una trampa, ya sé, pero... es lo que hay (frase que debería estar en el frontispicio de la Biblioteca, de Canal 7, de la Casa Rosada), pero lo que hay no por azar, sino condicionado por una historia que viene de lejos, de muy arriba y de muy abajo.
Por su lado, el otro Horacio, tras un comienzo aparentemente realista de resignación (¡un acta de compromiso refrendada por Pepe Nun!, que, entre paréntesis, porque no puedo olvidarlo, en su discurso de apertura de la Feria del Libro, anunció que los planes de vivienda del Gobierno incluirían para cada casa nueva una biblioteca con los clásicos de la literatura nacional y universal, ¡entre ellos, la Biblia!; no me alcanzan los paréntesis ni los signos de admiración), opta por la salida fundamentalista tradicional de la izquierda: así no se puede trabajar. Qué novedad. Por supuesto, lo asistía el derecho a esperanzas simétricas respecto de las del otro Horacio, ¿por qué no? Cada uno tiene sus utopías, aunque éstas las paguemos entre todos.
Tengo una solución infantiloide o ad absúrdum: nombrar al segundo Horacio como director de la Biblioteca en remplazo del primer Horacio. ¿Cuánto tardaría en renunciar? Pongamos un mes, después del tercer o cuarto escrache de los gremios. Entonces, nombrarlo secretario de Cultura. Ídem (hay gremios en todas partes; los intelectuales no tenemos gremios, tenemos revistas y cátedras). Entonces, nombrarlo presidente. Que llame a una asamblea constituyente, etc. En definitiva, “hacer la revolución”.
Luego, volver a nombrar al primer Horacio como director de la Biblioteca Nacional.
Cuando ambos Horacios aceptaron sus respectivos puestos, unas posiciones posibles ya estaban previamente definidas. Quiero decir: la situación interna de la Biblioteca era bien conocida, bien antigua y bien sólida; por lo tanto, estructuralmente, había una serie de “posiciones a ocupar” (en el sentido de Bourdieu, diría yo, con perdón).
Un Horacio elige hacer la de Kirchner; en términos de Silvio Rodríguez, “arar el porvenir con viejos bueyes”. (Los bueyes serían, en el caso K, los exduhaldistas, que, no nos olvidemos, se cargaron varios presidentes en unos pocos días.) Algo así: “Hacer algo es mejor que nada, y sólo se puede hacer algo contando con lo que hay, aunque sea horrible. Si no, duro tres días, o tres meses, y serán tres días o tres meses al pedo. Para eso, mejor no acepto. Pero acepto.” De ahí sus continuas (y algo enigmáticas) referencias elogiosas, en los primeros discursos, a los empleados de la Biblioteca. Traducido: “Contra ellos, no puedo nada. Con ellos, puedo un poquito así; y quizás mañana, otro poquito más, y después...” Porque, además, esos empleados responden a tres gremios distintos, con pequeñas diferencias ideológicas que pueden dar fácilmente la esperanza (la ilusión) de la posibilidad de quebrarlos por la línea, tan elusiva, de esas diferencias. Una trampa, ya sé, pero... es lo que hay (frase que debería estar en el frontispicio de la Biblioteca, de Canal 7, de la Casa Rosada), pero lo que hay no por azar, sino condicionado por una historia que viene de lejos, de muy arriba y de muy abajo.
Por su lado, el otro Horacio, tras un comienzo aparentemente realista de resignación (¡un acta de compromiso refrendada por Pepe Nun!, que, entre paréntesis, porque no puedo olvidarlo, en su discurso de apertura de la Feria del Libro, anunció que los planes de vivienda del Gobierno incluirían para cada casa nueva una biblioteca con los clásicos de la literatura nacional y universal, ¡entre ellos, la Biblia!; no me alcanzan los paréntesis ni los signos de admiración), opta por la salida fundamentalista tradicional de la izquierda: así no se puede trabajar. Qué novedad. Por supuesto, lo asistía el derecho a esperanzas simétricas respecto de las del otro Horacio, ¿por qué no? Cada uno tiene sus utopías, aunque éstas las paguemos entre todos.
Tengo una solución infantiloide o ad absúrdum: nombrar al segundo Horacio como director de la Biblioteca en remplazo del primer Horacio. ¿Cuánto tardaría en renunciar? Pongamos un mes, después del tercer o cuarto escrache de los gremios. Entonces, nombrarlo secretario de Cultura. Ídem (hay gremios en todas partes; los intelectuales no tenemos gremios, tenemos revistas y cátedras). Entonces, nombrarlo presidente. Que llame a una asamblea constituyente, etc. En definitiva, “hacer la revolución”.
Luego, volver a nombrar al primer Horacio como director de la Biblioteca Nacional.
8.1.07
7.1.07
Lapidaria crítica de Jota Jota Sebreli al libro de Bioy sobre Borges (uy, lo había escrito al revés, "Borges sobre Bioy"...; debí dejarlo, los fallidos no mienten).
4.1.07
Debido a la situación planteada en la Biblioteca Nacional, si está de acuerdo con el siguiente texto, le pedimos envíe su adhesión a
apoyobibliotecanacional@yahoo.com.ar y lo difunda. Muchísimas gracias.
APOYO A LA BIBLIOTECA NACIONAL
La oposición unilateral entre modernización y tradición empobrece problemáticas mucho más ricas y complejas, y retrotrae el debate a una dicotomía que no hace justicia al presente de la Biblioteca Nacional. Sabemos que la Biblioteca Nacional no está atravesando un momento "sombrío" y queremos expresar que sus trabajos de actualización y su activa y renovada presencia e inserción en la sociedad, alientan a pensar que se superarán sus carencias y se proseguirán los compromisos para recrear la fuerza cultural que debe caracterizarla. Su momento actual está signado por la continuidad y avance de esas transformaciones. No hay ninguna oposición, al contrario, entre biblioteca y actividad cultural, entre atención a los investigadores y apertura a un público amplio, entre excelencia técnica y mejora de la situación laboral y económica del personal de la institución. Todo esto no depende de una persona, de este o aquel nombre propio, sino de los acuerdos, discusiones y el trabajo de una comunidad integrada por lectores, investigadores, bibliotecarios y el conjunto de los trabajadores de la Biblioteca.
Adhesiones:
David Viñas. León Rozitchner. Christian Ferrer. María Pía López. Guillermo Korn. Verónica Gago. Diego Stutwark. Gabriela García Cedro. Susana Cella. Daniel Freidemberg. Olinda Canetti.
apoyobibliotecanacional@yahoo.com.ar y lo difunda. Muchísimas gracias.
APOYO A LA BIBLIOTECA NACIONAL
La oposición unilateral entre modernización y tradición empobrece problemáticas mucho más ricas y complejas, y retrotrae el debate a una dicotomía que no hace justicia al presente de la Biblioteca Nacional. Sabemos que la Biblioteca Nacional no está atravesando un momento "sombrío" y queremos expresar que sus trabajos de actualización y su activa y renovada presencia e inserción en la sociedad, alientan a pensar que se superarán sus carencias y se proseguirán los compromisos para recrear la fuerza cultural que debe caracterizarla. Su momento actual está signado por la continuidad y avance de esas transformaciones. No hay ninguna oposición, al contrario, entre biblioteca y actividad cultural, entre atención a los investigadores y apertura a un público amplio, entre excelencia técnica y mejora de la situación laboral y económica del personal de la institución. Todo esto no depende de una persona, de este o aquel nombre propio, sino de los acuerdos, discusiones y el trabajo de una comunidad integrada por lectores, investigadores, bibliotecarios y el conjunto de los trabajadores de la Biblioteca.
Adhesiones:
David Viñas. León Rozitchner. Christian Ferrer. María Pía López. Guillermo Korn. Verónica Gago. Diego Stutwark. Gabriela García Cedro. Susana Cella. Daniel Freidemberg. Olinda Canetti.
3.1.07
Creo que en alguna de sus brillantes columnas de Viva, Beatriz Sarlo ha escrito algo sobre lo extraño de leer libros subrayados por otros, o por uno mismo en otra época. Una vuelta de tuerca: borrar subrayados en libros propios, para venderlos. ¿Es como borrar ideas que uno ha tenido? En todo caso, un ejercicio duro pero saludable.
2.1.07
El silencio es salud (para USA)
En El Ortiba se puede leer la excelente nota de Robert Fisk sobre la ejecución de Saddam, que salió el domingo en Página/12 (pero no, según creo, en la versión digital).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)