No era yo el que estuve ahí. Era, si era, una máquina de fabricar recuerdos en los que vivir. Miro las fotos, y yo, a veces, estoy en ellas. Miro mi cara en las fotos y es como un paisaje o, más bien, un objeto que simplemente se atravesó, un error. Se entiende la metáfora del alma, su necesidad: es para entender ese vacío que se produce entre el abismo, real a su manera, del pasado, y el otro abismo, verdadero a su manera, del futuro. ¿Cuál existe menos?
Uno no es el mejor testigo de sí mismo, para nada. Quizás sí estuve, pero de qué me sirve siquiera sospecharlo. Si no se puede vivir en el presente, cómo sería en el pasado. Demasiado privilegio. Y esto, sin suponer que haya un futuro, en todo caso inmerecido.
Sin embargo, hay microsegundos de dicha, o de algo parecido; digo, por comparación con todo el resto, las horas, los días, siempre iguales. Microsegundos: no recuerdos, ni anhelos, cómo definir algo así. Quizás nostalgia de algo que pudo ser o podrá ser. Pero no, simplemente no.
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