Abrumado por la renuncia de Marcelo Bielsa, y sin tener a mano ninguna muestra confiable de su extraordinaria prosa oral (los periodistas transcriben lo que les conviene o, simplemente, lo que sus límites les permiten), transcribo la nota de Nicolás Casullo, en Página de hoy.
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Desa(in) comodando
Marcelo Bielsa siempre fue un contrapelo a las lógicas, decires previsibles, cassetes y tipologías del fútbol (deporte, mercado, pasión y medios de comunicación), desde su puesto de director técnico de la selección mayor. Un atrayente despropósito de lenguaje, de argumentaciones y posturas. Una sola vez tuve oportunidad de hablar largamente con él en 1999, durante una larga sobremesa hasta las cuatro de la mañana y me sorprendió lo ásperamente claro que tenía lo que era en la Argentina la tarea informativa, la corporación periodística, el exitismo de la gente, el encabalgarse a las corrientes imperantes, los comentadores de pantalla, lo efímero de los momentos de gloria y de las cavernas del infierno. Curiosamente, ese día habló desde una lucidez extraña que por lo general yo no encontraba ni en el campo cultural, académico ni intelectual que frecuento en cuanto a la crítica al mundo dado, en cuanto a la envidiable “calidad de vida” que nos ofertamos los argentinos entre nosotros diariamente.
Desde esta misma perspectiva bielsista –que incluía una soberbia que sin embargo no hería las cosas genuinas del fútbol– siempre pensé que debió renunciar a su regreso del fracaso de Japón, pero su decisión fue otra, que recién comienzo a entender con su renuncia luego de la medalla dorada en Atenas. Su pérdida de energía ahora para afrontar el desafío de la tarea, creo que es la manera de seguirnos planteando que lo que importa en el fútbol, para Bielsa, es una bastante indecible conjunción que pasa por afuera de si juega o no con número 10 o línea de tres. Esto último queda sin duda totalmente incluido, pero sus posturas siempre implican un momento de crítica inusual a lo establecido: algo que nos desacomoda, que nos incomoda, que quiebra los juegos de palabras, la rutina pensante. Por encima o por debajo de sus admiradores y detractores, es como si el DT hubiese dado muy frecuentemente, y sobre todo al periodismo joven, lecciones. En una época donde esto último está tan desprestigiado y en desuso por el cinismo, el negocio, la demagogia, “el ganador”, hubo siempre en Bielsa como “una lección” nunca pedida reptando por debajo del enganche o el carrilero, que amigos y enemigos calladamente le reconocen.
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