Dos escenas memorables de En el nombre del padre, de Marco Bellocchio, tal como las recuerdo.
En una, los jóvenes burgueses que se rebelan ante el autoritarismo de su colegio religioso acuden al personal “no docente”, sobre todo los cocineros, en busca de ayuda. Una “alianza de clases” contra el “enemigo común”. Pero los trabajadores les niegan todo apoyo a los jóvenes, porque saben bien que, una vez alcanzada la “victoria”, sólo sería capitalizada por aquéllos, los privilegiados. (Lo más probable es que a ellos los echen, sin que nadie los defienda entonces.)
En la otra escena, los jóvenes organizan una de esas terroríficas representaciones artísticas de las escuelas. Aprovechan para volcar su rebeldía en una pieza cargada de sensualidad y anticlericalismo, como para escandalizar a su público, los docentes y directivos de la escuela. Contra lo previsto, éstos, pasado cierto susto inicial, se ríen y hasta disfrutan de la representación (quizás disimulan, quizás saben que su gran triunfo es absorber toda rebeldía, en vez de combatirla).
Ambas escenas refieren, de manera notable, a dos tópicos maoístas de los setenta: negación de toda alianza de clases conducida por la burguesía y negación de toda vanguardia estética dirigida al público burgués.
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