6.11.05

Roma

de Adolfo Aristarain

Aparte de la luminosa presencia de Susú Pecoraro (un “animal de cine”), la película se resiente por la costosa pero no siempre eficaz reconstrucción de época y la menos convincente aún alternancia entre los distintos tiempos del relato: la actualidad y el pasado, con grandes saltos en el medio.
Sabemos que Aristarain es un maestro de la puesta en escena y de la verosimilitud, pero me parece que acá trabajó con metas demasiado ambiciosas. El cruce entre la historia personal de Joaquín y la historia nacional (el primer peronismo, los “sesenta”, 1972) hace agua por todos lados.
Y otra cosa: desde Martín Hache extraña que un cineasta tan dotado (y tan inclinado ideológicamente) a un cine “de acción” se desbarranque en guiones demasiado hablados, demasiado literarios en el peor sentido de la palabra. Sus alter ego, Luppi y Sacristán, hablan como los dioses, claro, pero no sé si incluso eso no juega en contra de la película en sí misma, del relato como tal quiero decir.
De todas maneras, gracias a actores como éstos (incluyendo a un Juan Diego Botto con una apostura privilegiada) hay momentos genuinamente emotivos, que es lo menos que se puede esperar del director de Un lugar en el mundo. Un director que, sí, ha renunciado a los finales efectistas, pero parece haber trasladado ese efectismo a otros tramos del relato, donde quizás queda peor.

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