- Patricia Willson, La constelación del sur. Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.
Una tesis de investigación con las ventajas (el rigor) y las desventajas (una tendencia a la repetición) de tal género. (Y espero que Patricia Willson no se enoje con esta crítica inevitablemente –por venir de mí y por ser blogueril- superficial, como le pasó a Claudia Gilman con mi comentario de Entre la pluma y el fusil.)
Dice Willson: “esta investigación tuvo como primer supuesto la pertinencia de analizar la literatura traducida desde una perspectiva crítica situada en el marco de la cultura receptora” (p. 15). Con este punto de vista, analiza especialmente a Victoria Ocampo, Borges y Pepe Bianco; y luego, las traducciones publicadas por la editorial Sur y sus continuadoras.
En general, los análisis que hace la autora recorren el ancho y arduo camino (también típico de las tesis) que va desde la obviedad a la brillantez. Lo primero, como deuda a la claridad y a la fundamentación argumentativa y bibliográfica. (El tesista debe demostrar que ha leído todos los clásicos de su tema y que está actualizado con lo último que ha salido al respecto; ilusión de completud que haría las delicias de cualquier aficionado lacaniano, que yo no soy.) Lo segundo, que llamé “brillantez”, es lo que vale la pena profundizar (sin negar de ninguna manera).
No estoy siendo claro. En realidad, esto no es tanto un comentario del libro de P. Willson (que realmente disfruté), sino un pensar en voz alta sobre un tema que estoy trabajando yo, la mediación editorial: su función, sus verdaderos alcances, y el hecho de que sea tantas veces obturada en ciertos análisis que la exigen a gritos.
Es cierto que Willson menciona varias veces las “estrategias editoriales”; pero las define como “los modos de construcción de lo foráneo por parte del aparato editorial” (p. 28). Y no sé si esto basta. Otra vez: “... antes de reprochar la selección de algunos textos y la omisión de otros, el crítico puede reflexionar sobre los criterios editoriales subyacentes. Esa reflexión ha de ser situada...” (pp. 28-29), afirmación que promete, pero luego deriva hacia consideraciones sobre la “institución literaria” (de cuño derrideano, quizás), que no me satisfacen en absoluto, por cierta cualidad, digamos, “idealista”, que no puedo dejar de mencionar (“hay todo un aparato más o menos formal que acompaña y sostiene la importación”: p. 247. Sí, pero ¿sólo formal? O bien, ¿qué significa exactamente formal?)
Más allá de las obligadas referencias al auge de la industria editorial entre guerras o al precio del papel después de la primera, me parece que urgirían consideraciones aún más “materialistas”. Por ejemplo: habida cuenta del estado actual de las cosas, ¿por qué no hacer una historia de las traducciones en la Argentina a partir del tipo de cambio? (Es una exageración deliberada, espero que se entienda así.)
Digo: la función del editor como mediador entre la “literatura” y el mercado. O, directamente, por qué no, como representante del mercado.
Y, más aún, el editor como el que da (por ahora no se me ocurre otro verbo) la forma definitiva, material (o gran parte de ella, o sólo una parte, pero...) al texto, y cuya existencia ineludible podría llegar a inhibir análisis definitivos respectos del por qué tal cosa o la otra en cuanto a la “intención” del autor, o de la obra.
Un ejemplo: el tema de la función y el sentido de las notas al pie de “Borges” en su famosa traducción de Las palmeras salvajes (pp. 173 y 174). La interpretación de la autora es, sí, brillante; pero ¿cómo está tan segura de que el “autor” de las notas sea Borges? (Willson cita, precisamente a F. Aparicio, para quien, en su traducción de Orlando, Borges obra como “editor”, y no sólo como traductor del texto; p. 152. Pero es sabido que siempre hay un editor.)
Este mismo problema lo revolotée en mi artículo sobre la célebre cuestión de las comillas en Roberto Arlt (para las palabras en lunfardo), diversamente interpretadas por Viñas y Larra. (En el libro de Willson aparece también este tema de los valores diferenciales de las comillas y las bastardillas -p. 178-, y se da por supuesto que es Borges quien toma esas decisiones tipográfico-semióticas.)
En mi nota puse: “Todos los que trabajamos en la tarea de edición sabemos que la explicación de Larra (que Arlt no era el responsable de las comillas) tiene todas las chances de ser acertada. Más cuando también se sabe, por otro lado, que Arlt no tenía tiempo ni, probablemente, ganas de repasar las pruebas de sus textos y reafirmar (o no) sus intenciones tipográficas. Pero esta explicación es meramente empírica (y a la vez, a estas alturas, incomprobable). Lo que Viñas afirmaba era otra cosa e implicaba una cierta teoría de la literatura para la cual ciertos datos supuestamente empíricos (las ‘intenciones del autor’, la mediación de editores o correctores) son, en un cierto nivel, irrelevantes. Para decirlo algo pedantemente (y con comillas), para Viñas, ‘Arlt’ no es (sólo) un nombre propio, sino la designación metalingüística, casi convencional, de una escritura: un proceso de producción en que el individuo ‘autor’ es sólo una parte.”
Pero esto último no deja de padecer bastante del idealismo que le “reprocho” a Willson. (La ironía del comentario era atribuir a Viñas, un crítico “realista” y “materialista”, cierto matiz posestructuralista, o “neorretórico”, como diría él, que seguramente no le gustaría nada.)
Un último comentario sobre el interesante libro de Patricia Willson. En la página 275 dice que “la traducción es intensamente democratizante”. Me parece que este uso del concepto de democracia (meramente cuantitativo) es demasiado flojo (¿“líquido”, se dice ahora?); y deudor de Beatriz Sarlo, como he comentado en otro lado. (Lo mismo pasa con el análisis de las colecciones “populares” que hace en el primer capítulo del libro; éstas son tratadas con cierta condescendencia, por su función “heterónoma”, didáctica, etc.; ¿no ve la contradicción?)
Pero todo esto es para seguir analizando. Quizás pronto pueda hacer algún comentario del libro de Cecilia Alvstadt La traducción como mediación editorial, que me llegó hace poco de la Universidad de Gotemburgo (la autora estuvo acá en 1998, investigando las traducciones de literatura infantil, y me entrevistó como editor; sus conclusiones son muy interesantes).
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