Vacíos, casi muertos, los cuarteles (por suerte), hay algo de ellos, quizás muy lateral, que se ha extendido por el resto de esto que pretenciosamente llamamos "nuestra sociedad".
Cuando hice la colimba, una de las primeras cosas que me enseñaron fue que en el cuartel no se dice "por favor" ni "gracias"; "permiso" y saludos, sólo con indicación expresa del grado de aquel a quien iban dirigidos (y guarda con equivocarse: si se bajaba el grado, baile; si se subía, menos baile y el cliché "gracias por ascenderme").
En mi edificio (clase media venida a menos, como casi toda), la gente ya no saluda ni responde al saludo. En la calle, ni hablar.
Parecemos fantasmas. O, mejor, gente que pasó sin querer a un estado fantasmal en el que las reglas de cortesía (la mínima relación con los otros), por nuevas, todavía se ignoran, o por complejas, no llegan a entenderse.
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