por Santiago O’Donnell
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En eso pensaba cuando por casualidad me topé con un pequeño recuadrito de una página perdida de la revista Time, a propósito de nada. El recuadrito citaba el informe anual 2010 de Amnesty. Decía que el treinta por ciento de los 153 países incluidos en su informe mantiene prisioneros de conciencia. O sea, prisioneros políticos. Más llamativo aún, decía que el cuarenta y dos por ciento de los países del G-20 (los más importantes) mantienen prisioneros de conciencia. Está bien: mal de muchos consuelo de tontos. Pero por alguna razón sólo los presos cubanos tienen buena prensa.
Leyendo el informe AI, en su sección dedicada a Cuba, aparece otro dato interesante que saltearon las crónicas: según Amnesty, en mayo del 2010 Cuba tenía “al menos 53 prisioneros de conciencia.” El número coincide exactamente con las liberaciones anunciadas desde entonces, si se toma en cuenta la liberación de un disidente el mes pasado por razones de salud.
A diferencia de otras organizaciones citadas en los grandes medios, que no dudan en poner la cifra de detenidos políticos en Cuba por encima de 170, Amnesty, explica el informe, se toma el trabajo de revisar cuidadosamente los expedientes judiciales de los presos antes de declararlos prisioneros de conciencia.
En otras palabras, si no se identifican nuevos casos, Cuba debería salir de la lista de Amnesty el año que viene, mientras un grupo importante de países, incluyendo algunos de los más poderosos, permanecerán en ella.
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