2.7.10

La cicuta

(cuento)

—¿Qué más puedo decirle, doctor? —preguntó el capitán del barco—. Hay tantas razones para que tome esa infusión... La Revolución ya ha elegido su camino, un camino que no es el suyo. Usted sabe mucho de revoluciones: llamémoslo nuestro Termidor. ¿Volver? ¿Adónde? Ya el lugar del que salió no es el mismo, por lo menos para usted. Y su sola presencia, aun sin actuar, sería irritante. ¿Llegar a destino? Querido doctor —la voz del capitán se volvió meliflua—, usted sabe cuál es su destino. Lo sabe mejor que yo, que soy sólo un instrumento, mientras usted es un protagonista. O lo fue. El tiempo pasa rápido. Y el tiempo de las revoluciones, más aún. No hay nada ni nadie que lo espere en Inglaterra. Lo que ellos querían, ya lo han conseguido. Lo que les falta, vendrá por añadidura. Y hablando de esperar... Me repugna mencionar esto, pero las personas que me han encomendado esta misión me han dicho que le recuerde... Ay, doctor, no sé si puedo hacerlo, usted va a creer que soy un monstruo o un hipócrita —el capitán parecía verdaderamente contrito—. Su esposa, su amada y amante esposa... No se ponga así. Sé que en el fondo me entiende. Ojalá hubiera más tiempo para que nos conociéramos mejor. No soy un mercenario, sólo estoy con el otro partido, y debo ser fiel a esa elección. ¿Acaso somos tan distintos? Los dos queremos lo mismo, se lo aseguro, sólo que por distintos medios. En fin. Si usted bebe esta infusión, su esposa recibirá un crespón negro, es verdad. Si no la bebe..., el que recibirá un crespón negro será usted. Lo siento. Es indigno proferir una amenaza de este calibre, lo sé. Pero mi gente, debo llamarla así, no se anda con vueltas. ¿Acaso usted no lo sabía cuando firmó esos decretos, esos planes secretos...? La crueldad no es patrimonio nuestro. ¿O la suya fue justicia, sin más...? No me malentienda, doctor, la Revolución está por encima de todos nosotros: ésa es la verdad. Y seguirá, no puede no seguir, pero será por nuestro camino. Ah, veo que entiende, doctor. Ojalá pudiera prometerle menos sufrimiento, y una merecida bienvenida del otro lado, si lo hay. De un trago es mejor. Así. Ya está consumado. Hizo lo que tenía que hacer, se lo aseguro. Aunque usted ya lo sabe. Le agradezco enormemente. En unos minutos vendrá a verlo el médico de a bordo. Tarde, por supuesto. Le prometo un funeral austero, pero con honores. Lo espera el mar, doctor, y también el recuerdo eterno de todos sus compatriotas. Créame lo que le digo, no quiero ser sarcástico: es un buen momento para morir, joven e impoluto. Las revoluciones no permiten eso mucho tiempo: envejecen, y ensucian. Lo dejo solo, doctor Moreno, es mejor así —el capitán se incorporó lentamente, parecía haber envejecido durante la conversación—. ¿Puedo darle la mano? ¿Puedo llamarlo Mariano? Usted ha sido nuestra inspiración para tantas cosas... Adiós, adiós, compatriota.

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