- Pedro Joaquín Chamorro, Los Somoza. Una estirpe sangrienta, Buenos Aires, El Cid, 1979.
Una vieja edición de la editorial que pertenecía (por lo menos parcial y/o nominalmente) a aquel político tan bizarro, Eduardo Varela Cid, una especie de mezcla entre Collor de Mello y Mario Socolinsky. Que fue descubierto en algún chanchullo menor y defenestrado, seguramente por otras razones reales.
En todo caso, llama la atención la publicación de este libro en plena dictadura, y pocos meses antes de la Revolución Sandinista.
Pedro Joaquín Chamorro, de una de las más notorias familias de Nicaragua, primo de Ernesto Cardenal, era director del diario opositor, liberal, La Prensa. Su asesinato, en 1978, fue uno de los detonantes de la ofensiva revolucionaria final. Su mujer, Violeta Chamorro, llegó a ser presidenta, apoyada por los yanquis, después de la debacle sandinista. (Precisamente Cardenal, en sus Memorias, cuenta que, cuando Tachito Somoza supo del asesinato de su gran opositor, dijo duhaldianamente: "Esto me lo hicieron mis enemigos." Y quizás tenía razón, porque parece que el atentado fue ordenado por miembros de su propia familia, para socavar su poder.)
En todo caso, el libro al que me refiero no trata de esto, sino de la prisión de Chamorro, y otros muchos, luego del atentado que costara la vida al primer Somoza, en 1956, a manos del poeta Rigoberto López Pérez. (Episodio que tan bien narró Sergio Ramírez en Margarita, está linda la mar, premio Alfaguara 1998.)
Chamorro, que nada tenía que ver con el solitario asesino del dictador, fue encarcelado, torturado, sometido a una farsa de corte marcial y finalmente confinado en la frontera con Costa Rica, a donde pudo finalmente escapar, junto con su mujer.
Es, entonces, un texto de non fiction o "nuevo periodismo", bien escrito, impactante a veces, y otras irritante, al menos cuando se trasluce la ideología liberal del autor, sus prejuicios, sus límites infranqueables. Igualmente, es elogiable que alguien perteneciente a la más rancia oligarquía nicaraguense se arriesgara de manera permanente en la oposición a un régimen y a una dinastía que parecía iban a durar por siempre. Y cuyo fin, como la consabida Tierra Prometida, no pudo ver por muy poco (lo mismo le pasó a Carlos Fonseca, fundador del FSLN, que fue asesinado en 1976).
Es recomendable repasar las Memorias de su primo, el sacerdote revolucionario (quien lo apreciaba mucho), para confrontar algunos datos y ampliar el contexto.
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