El día siguiente al 2 de abril, sábado, yo no tenía que presentarme en el cuartel para hacer guardia. Pero, por supuesto, fui convocado igual. (También, téoricamente, yo estaba por irme de baja, pero gracias a la aventura galtierista me quedé hasta julio.) Como ya dije, estaba seguro de que no iban a mandarme a las islas; pero, tal vez, alguna sospecha inconsciente, o algún temor consciente, tenía.
Ese sábado horrible me levanté muy temprano y, no sé por qué, tuve que tomar el 127, y no el 187 como siempre (no sé si alguien recordará la anécdota que conté hace mucho sobre “el colectivo de las cuatro y media”). Me había acostado tarde ese viernes, quizás viendo noticias triunfalistas en la TV, así que tenía mucho más sueño que de costumbre.
Lo cierto es que me quedé dormido en el colectivo y seguí de largo en la parada donde debía haberme bajado. Me despertaron en la terminal de José León Suárez. No recuerdo qué hice para retomar el camino hacia Campo de Mayo, pero sí recuerdo haber “visto” los basurales. Los vi como en un sueño, claro, seguramente no eran “los mismos”, los famosos, los congruentes basurales de Operación Masacre.
parece que nuestra historia está llena de basurales, y parece que este país ama alimentarlos con los sueños de los jóvenes.
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