¡Ah, la incertidumbre del pequeño burgués, sobre todo cuando es un intelectual de segunda (cuando más), su conmovedora vacilación entre el carpe diem y el goce diferido!
Yo, por ahora, me entrego al lujo y al dispendio.
Como ya dije, hay cierta delectación malsana en saber que, por fin, no hay ningún lugar del mundo adonde irse.
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