en un cafetín de Avenida de Mayo, en el verano de 1924 o 1925
Carlo Emilio Gadda (1895-1973) vivió en Buenos Aires, aproximadamente entre 1923 y 1925, en la callle Pte. Sáenz Peña 909. En ese entonces, Roberto Arlt (1900-1942) estaba escribiendo El juguete rabioso.
CEG:
Veo que escribe, amigo.
¿Sobre qué escribe,
si se puede saber?
RA:
No sé si se puede saber.
Escribo sobre algo imposible,
sobre algo que todavía no existe, o no se ve.
O nadie quiere ver.
CEG:
Negro sobre blanco.
¿Una utopía negativa?
¿Y qué lenguaje tendría eso?
Perdón. Soy ingeniero:
no entiendo nada de esas cosas.
RA:
Ingegnere.
Sin embargo, sin embargo.
Yo tampoco entiendo mucho.
Sospecho que se ríen de mí,
y sinceramente lo prefiero.
¿Qué es escribir?
¿Qué es entender?
Yo sólo escribo, porque no puedo hacer otra cosa.
CEG:
Ah.
Lo admiro.
Apuesto por usted.
No mucho, pero apuesto.
RA:
No lo acompaño.
Yo solamente levanto todas las apuestas en mi contra.
No puedo perder.
Brindemos.
CEG:
Brindemos.
¡Por la literatura!
RA:
¡Por la ingeniería!
CEG:
Nunca voy a entender el verano de Buenos Aires.
RA:
Tantas cosas no podés entender, Tano.
Nunca vas a entender el verano de Buenos Aires.
Tano, nunca vas a entender
una expresión como “rajá, turrito, rajá”.
CEG:
De acuerdo
Pero yo te digo: Olvídalo.
El lenguaje popular es inaccesible por la escritura.
RA:
El lenguaje popular no existe.
CEG:
Pero lo buscas,
cabeza dura.
RA:
¿Qué otra cosa puedo hacer?
CEG:
No lo sé.
A veces parece que ya todo está hecho y dicho en la propia vida,
y a veces no.
Y eso no depende necesariamente de la edad.
Ni, por supuesto, de que sea cierto o no.
RA:
Para mí, eso varía según la hora del día.
No, miento:
según la luz de cada hora del día.
CEG:
¿Y a la noche?
RA:
Sí. A la noche todo parece posible.
CEG:
Una maldición gitana dice:
Que no puedas vivir ni morir.
RA:
¿Y?
CEG:
Yo digo:
tú no puedes ni escribir ni dejar de escribir.
RA:
Ecco.
CEG:
Quizás entiendo algunas cosas, entonces.
RA:
Puede ser. Nunca dije que no.
A ver ésta:
¿Hay en el sufrimiento una especie de núcleo,
de centro “luminoso”, al que uno pueda aferrarse,
no digo para generar la esperanza de que pase,
sino meramente para sobrevivir?
CEG:
Quizás, pero lo dudo.
RA:
No, no es cierto, Tano.
No hay un centro luminoso en el dolor.
CEG:
Entonces no lo busques.
No lo busquemos.
RA:
Se dice fácil.
CEG:
No entiendo. Nada es fácil.
RA:
Brindemos, ingeniero.
¡Por la literatura!
CEG:
¡Por la ingeniería,
que me aparta de las dudas!
RA:
Todo es cálculo, todo es línea recta.
¡Qué bien!
Pensar por los caminos ya trazados.
Intentar variantes ya previstas.
Qué envidia.
CEG:
No creas, no creas.
Nada es fácil.
RA:
Sospecho que la literatura te atrae,
tanito.
CEG:
Ecco!
Como atrae un abismo.
Como atrae una mujer imposible.
RA:
Todas las mujeres son imposibles,
etcétera.
CEG:
Sí.
La literatura es una amante costosa.
No puedo darme el lujo.
RA:
Hay que comer, Tano,
hay que comer, ¿no?
CEG:
Y dar de comer.
La coartada principal.
La barrera contra todos los miedos.
Brindemos por ella.
RA:
No, mejor no.
El autoengaño es inevitable,
la cobardía es normal,
admitámoslo,
pero no brindemos por ellos.
CEG:
Pero tú escribes.
Contra todo lo que hay en contra,
escribes.
¡Qué envidia!
RA:
¡Qué locura!
Convocar todos los reproches,
llamar a gritos al fracaso.
¿A quién le puede importar que yo escriba?
Si pudiera, yo mismo me daría la espalda.
CEG:
Nunca entenderé el verano en Buenos Aires.
Pero existe.
RA:
No puede no existir.
No es una opción.
CEG:
Como la literatura.
RA:
Quién sabe.
Sólo no dudo cuando escribo.
CEG:
¡Ah! Ése es el tiro de gracia para mí.
Me dejas sin excusas.
No puedo agradecértelo,
aunque debería.
RA:
Nunca entenderás el verano en Buenos Aires,
Tano.
Pero podés intentarlo.
CEG:
¿Con la certeza del fracaso?
¿Aun sabiendo que no es posible?
¿Contra todo lo mío y los míos?
No, gracias.
RA:
Y sin embargo...
CEG:
Eso: sin embargo.
Escribes sobre lo que no aún no existe.
¿Hablas sobre lo que va a existir?
RA:
Si lo supiera, no tendría sentido.
CEG:
¿Buscas el núcleo luminoso del dolor?
¿O la oscuridad secreta de la alegría?
RA:
Busco el lenguaje popular, Tano,
que es lo mismo,
aunque no exista.
CEG:
De acuerdo,
pero no puedo acompañarte.
RA:
La ingeniería, entonces.
CEG:
La ingeniería, amigo,
es una coartada que ya no me sirve.
RA:
Brindemos, entonces,
por lo inevitable,
sea lo que sea.
CEG:
Brindemos,
como si pudiéramos elegirlo.
RA y CEG:
Brindemos,
por ese futuro que no existe.
(Primera versión: abril de 2007.)
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