Hay un templo amplio, alto, “espacioso”. Uno solo. En él, se han dispuesto varios altares, tres o cuatro, de distintas religiones. Los fieles entran; a veces, a la misma hora. Rezan serenamente frente a su correspondiente altar. Se cruzan, sí, pero no se chocan con los otros. De hecho, ni siquiera los ven, no los “registran”.
A primera vista, parece la situación ideal. Qué bueno, diría uno, cuánta “tolerancia”. Y no; quizás no. Quizás sería mejor que, al menos, se miraran. Seguramente pasarían, entonces, otras cosas: se compararían, se odiarían, se matarían, no sé. Pero al menos sus dioses, así, serían más reales.
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