13.1.09

Dos de Terranova

Como siempre, gracias a los azares de las mesas de saldos, casi siempre gratificantes, tuve la oportunidad de leer las dos primeras novelas de Juan Terranova, El caníbal (2002) y El bailarín de tango (2003).
Si los herederos de Saer pueden ser Chejfec (con mucha obviedad), quizás Juan José Becerra (el de Miles de años, casi paródicamente) y, por qué no, Alan Pauls (en la misma tensión de diferenciarse), Terranova se me aparece claramente como un heredero voluntario, confeso y rendido, de Puig. Entiéndase: no lo copia, reelabora esa herencia en los tenebrosos y tecnológicos años 2000 (en Daniel Link, por ejemplo, hay más de esto último, pienso en Los años 90, sobre todo)
En El caníbal está la teoría. Usa recortes de periódicos, transcriptos aparentemente tal cual (yo recuerdo haber leído uno que otro; que no estén escaneados resulta significativo y abre un cierto resquicio de duda). Entre recorte y recorte, un narrador alter ego trata de que su primera novela sea leída por el paradigmático escritor-fracasado-porteño Villegas (acá la referencia a Puig), que es el encargado de explicar la teoría, como Morelli en Rayuela: la ficción, quizás la misma literatura, ha muerto y vive en los medios de comunicación; hay que ir a buscarla ahí, y ni siquiera reelaborar ese material, sólo zurcirlo, apenas.
Algo como la ya remanida “literatura postautónoma” de la China Ludmer (concepto que implica una petición de principio, porque obliga a admitir que la literatura fue autónoma alguna vez, sea lo que fuere lo que eso significa). De hecho, el narrador termina reordenando los materiales “literario-periodísticos” de Villegas, otro tópico moderno (el de Los papeles de Aspen, de James, Marta Riquelme, de EME, etc.), y publicándolos por su cuenta. Si muere la literatura, muere la atribución-autor; y viceversa.
El bailarín... es una extensión de la misma teoría, sólo que esta vez se trata de un diálogo puro, sin acotaciones (igual que en Cae la noche tropical o Maldición eterna...), entre dos mujeres; una es la encargada de contarle a la otra algunas noticias más o menos truculentas que aparecen en los diarios, pero filtradas por su propio lenguaje clasemediero y mojigato. La segunda, a cambio, cuenta su aventura amoroso-erótica con un eximio bailarín de tango que resulta ser, previsiblemente, un dealer barato, y quizás un cafiolo.
En esta última novela, sin embargo, el diálogo “puro” está cortado a veces por algunos breves relatos "clásicos", aunque de cierta ambigüedad, que funcionan como contrapunto, o como si la “literatura” pugnara por abrirse paso en lo Otro que la ataca, o, quizás, simplemente, intentara dar su canto del cisne; al que, como se sabe, hace rato le torcieron el cuello. Y quién sabe si alguna vez cantó como dicen.

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