20.4.04

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Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural, trad. de Rafael Fontes, Madrid, Debate, 2001.

Una extensa y rigurosa investigación histórica, que se puede leer como una novela.
El tema es cómo la CIA utilizó a numerosos intelectuales progresistas, de la “izquierda no comunista”, para librar la guerra fría “cultural” contra la Unión Soviética. Millones de dólares en congresos, festivales, becas, revistas culturales, premios, etc.
Una de las intrigas es hasta qué punto esos intelectuales “sabían” o “no sabían” que estaban siendo utilizados por la CIA o, al menos, el gobierno yanqui. Si eran ingenuos o hipócritas.
Por supuesto, uno de los elementos más destacados tiene que ver con los “personajes” involucrados, verdaderamente “de novela”. Dos, sobre todo: Michael Josselson, el factótum, y Nicolás Nabokov, el dandy. Hay otros; Melvin Lasky, Stephen Spender, Dwight MacDonald, Tom Braden, Sidney Hook, Diana Josselson, el senador McCarthy, etc.
Finalmente, lo más profundo de todo (y, por eso mismo, lo abordado menos satisfactoriamente, aunque tenga su desarrollo, y esto sea un mérito en sí mismo) es la cuestión de hasta qué punto estas “condiciones materiales” (el apoyo económico directo e indirecto de la CIA) influyeron sobre el desarrollo del arte “moderno”. De hecho, las partes sobre el “expresionismo abstracto” (Pollock) son acojonantes. La autora tiene un libro anterior que se llama Hidden Hands: A Different Story of Modernism, que cita poco pero parece estar referido a estas cuestiones precisamente. ¿No se concibe el arte moderno sin estos apoyos “espurios”?
¿El arte está “más allá” de su sustento económico? La pregunta parece vieja y raída, aparte de estar mal formulada. Además, hay artes y artes; quizás un escritor puede hacer lo mismo casi sin apoyo; por lo menos, su arte depende casi exclusivamente de él. Un pintor, un músico, bastante menos. Un cineasta, ni hablar (el capítulo sobre Hollywood también es interesante, pero más previsible, quizás: el carácter propagandístico del cine yanqui siempre fue mucho menos sutil y, por eso, menos oculto; también se lo estudió más, sobre todo en relación con la paradoja de las listas negras del macartismo, después de que Hollywood se consagró a ensalzar a la URSS como aliado ocasional durante la Segunda Guerra).
Pero el tema de la ideología detrás del expresionismo abstracto sigue siendo más que inquietante. El “arte abstracto” como opuesto al “realismo socialista” es obvio, pero ¡como representativo de una “sociedad libre y democrática”! Lo más paradójico es que los políticos más tradicionales (por ejemplo, el presidente Truman) odiaban tanto este arte como Stalin o Kruschev. Así que la apuesta “estética” de la CIA (Stonor cita una tesis no publicada que se llama precisamente “La estética de la CIA” y debe ser interesantísima) fue muy audaz y no podía durar.
Hay mucho más para ver.
Por ejemplo, el papel de Orwell y las adaptaciones tendenciosas que se hicieron de 1984 y Rebelión en la granja.
Es lamentable que haya muy poco sobre América latina, salvo el ridículo episodio de Robert Lowell enviado a Buenos Aires como embajador cultural, y que termina borracho e internado en un manicomio después de un brote. Parece que la CIA daba por perdida la región, por su intenso antiamericanismo. En realidad, lo que no podía ser acá era utilizar a los “izquierdistas no comunistas”, pero habría que verlo. Para esto, hay que leer como imprescindible complemento el libro de Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil.

Una reseña en inglés.
Otra en español (al autor le preocupa lo mismo que a mí, cómo influyó la CIA en su país, en este caso España).

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