- Jürgen Habermas, El discurso filosófico de la modernidad (Doce lecciones),trad. de Manuel Jiménez Redondo, Madrid, Taurus, 1989, 464 pp. (Ed. orig: Der Philosophische Diskurs der Moderne, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1985.)
(Por fin pude leer este ladrillo que, prestado, vegetaba en mi biblioteca, emitiendo llamados lastimeros hacia mi conciencia culpable. Valió la pena.)
“Aproveché” que no podía subrayarlo, según mi antipática costumbre, y resolví leerlo como si fuera una novela ligera, de vacaciones. Sería la novela de la modernidad, claro, o del discurso filosófico de la modernidad. O, mejor todavía, la novela del combate Habermas vs. posestructuralistas (y precursores).
Antes de pasar a mayores, es bueno transcribir el índice, que da cabal cuenta del contenido de estas “Doce lecciones”.
1. La modernidad: su conciencia del tiempo y su necesidad de autocercioramiento.
Excurso sobre las tesis de Filosofía de la Historia de Benjamin.
2. Hegel: Concepto de modernidad.
Excurso sobre las cartas de Schiller acerca de la educación estética del hombre.
3. Tres perspectivas: Hegelianos de izquierda, hegelianos de derecha y Nietzsche.
La prosecución del proyecto de Hegel en términos de filosofía de la praxis.
La respuesta neoconservadora a la filosofía de la praxis.
Excurso sobre el envejecimiento del paradigma de la producción.
4. Entrada en la posmodernidad: Nietzsche como plataforma giratoria.
5. Horkheimer y Adorno: el entrelazamiento de mito e Ilustración.
6. Heidegger: Socavación del racionalismo occidental en términos de crítica a la metafísica.
7. Sobrepujamiento de la filosofía primera temporalizada: crítica de Derrida al fonocentrismo.
Excurso sobre la disolución de la diferencia de géneros entre Filosofía y Literatura.
8. Entre erotismo y economía general: Bataille.
9. Foucault: Desenmascaramiento de las ciencias humanas en términos de crítica a la razón.
10. Aporías a la teoría del poder.
11. Otra manera de salir de la filosofía del sujeto: razón comunicativa vs. razón centrada en el sujeto.
Excurso sobre C. Castoriadis: “La institución imaginaria”.
12. El contenido normativo de la modernidad.
Excurso sobre Niklas Luhmann: apropiación de la herencia de la filosofía del sujeto en términos de teoría de sistemas.
En efecto, probablemente haberlo leído de esta manera, sin subrayar y sin tomar notas, me dejó con la previsible sensación de saber de este libro poco más de lo que me había adelantado el amigo que me lo prestó: que H. les da con todo a todos los popes del “posestructuralismo” (que él llama “neoestructuralismo”): Foucault y Derrida, sobre todo. Y sus precursores: Nietzsche y Heidegger.
El tema central del libro tiene que ver con la modernidad, la posmodernidad y su “asalto a la razón”. Una especie de contexto para la tesis habermasiana (archifamosa) de la “modernidad como proyecto inacabado”, título de un discurso de 1980.
Hegel aparece como el primer filósofo de la modernidad, que, a su vez, empieza a pensar en sus límites (en realidad, Descartes y Kant serían los filósofos de la modernidad plena). Hay coincidencia con el romanticismo, por supuesto, pero H. distingue dos Hegel: el primero, aún romántico, parece confiar todavía en una especie de “razón comunicativa” (lo que le interesa a H.). El segundo, y más famoso, se da vuelta y concluye célebremente con que “todo lo real es racional”, lo cual es una especie de doble negación, tanto de lo real como, especialmente, de lo racional.
Es el principio de la “razón instrumental”, la razón orientada a fines, que dominará Occidente desde entonces y se transformará en el paradigma (erróneo) de la Razón en sí. (Recordar que para Kant había más “razones”.)
Los críticos acérrimos de la razón, entonces, incluyendo a aquellos que H. considera más cercanos, como Adorno, se dirigirán contra esa Razón todopoderosa que llevó, famosamente, a Auschwitz.
Pero aquí viene algo central para H.: la cuestión de la aporética. Porque, dicho muy rápidamente, se va a criticar a la razón desde la razón. (A la modernidad desde la modernidad, etc.) Claro que cada pensador (FN, Heidegger, Bataille, Foucault, Derrida, etc.) tratará de superar esta paradoja a su manera y por sus caminos. Según H., sin éxito.
¿Cómo “denunciar” lo racional sin ninguna apelación a lo veritativo, aunque sea solapado? Y lo normativo, incluso, se filtra en el estilo (muy aguda observación respecto de MF).
Otro problema: es cierto que la filosofía del sujeto debe darse por definitivamente muerta, pero ¿con qué se la reemplaza? No es tan fácil como parece. Ni la ausencia absoluta de sujeto, de autor, etc. (que lleva a otras aporías), ni una ambigua “transubjetividad” sirven.
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