João Guimarães Rosa: gran señor y gran señora
Ricardo Bada
(La Jornada Semanal, 5 de octubre de 2008)
Hace poco, al enterarse de que el patriarca de la literatura chicana, Rolando Hinojosa, pasaba unos días en mi casa, la novelista argentina Susana Sisman (No te enamores de Oscar Wilde) me escribió: “Rolando Hinojosa, vaya nombrecito. ¿Viste que algunas personas tienen ‘cara' y otras tienen ‘nombre'? Pues tu amigo chicano tiene NOMBRE: Rolando Hinojosa.”
Y lo mismo repetiría yo de ciertos otros: João Guimarães Rosa, por ejemplo. O si quieren un ejemplo mexicano, Juan Rulfo. Tienen nombre , así, todo con mayúsculas. [Por cierto que hay un cuento de Juan Rulfo, de carácter autobiográfico, inspirado por sus vivencias en Bogotá; un cuento que apareció en su libro póstumo Estas historias, y que se titula “Páramo” . Dios los cría y...]
La literatura brasileña del siglo XIX la domina un gigante, Joaquim Maria Machado de Assis, un gigante que, al mismo tiempo, es una isla. En el siglo XX, esa isla deviene archipiélago, se le unen seis gigantes más: Euclides da Cunha, Graciliano Ramos, Nelson Rodrígues, Carlos Drummond de Andrade, Jorge Amado y João Guimarães Rosa. Y aparece también un islote exuberante, producto de una erupción volcanicreativa, y avizorado por el intrépido explorador de territorios vírgenes Mário de Andrade, que lo llamó Macunaíma.
Todos y cada uno merecen una atención que con frecuencia le ninguneamos a Brasil, sin que jamás haya logrado querer (porque poder sí puedo) entender el porqué. Si aquí me concentro en Guimarães Rosa se debe al centenario de su nacimiento (27/ VI/ 1908) . Pero no olvidemos a los otros: con sus tallas ciclópeas configuran en el mapa literario latinoamericano una especie de Isla de Pascua.
Ahora bien: hablar de la obra de Guimarães Rosa suele ser casi siempre una tediosa repetición de lugares comunes, vinculada al hecho de que el cuentista magistral (Primeras historias, Cuerpo de baile, Sagarana), como Maupassant, sólo escribió una novela. Aunque, desde luego, ante esa novela hay que sacarse el sombrero: de Grande Sertão: Veredas se puede afirmar, sin temor a marrarla, que es una auténtica obra maestra de la literatura universal.
Ocurre, sin embargo, que al aproximarme a Guimarães Rosa, en este marco centenarial, me acuerdo fatalmente de los versos de Pessoa: “Si yo fuese otra persona, les daría gusto a todos./ Así, como soy, tengan paciencia.” Y ello porque además vivo en Alemania y hay un aspecto de la vida de nuestro autor que me interesa por sobre todos : su estadía en Hamburgo, como vicecónsul del Brasil, entre mayo de 1938 y la declaración de guerra de su país al Eje, en 1942, con el resultado de que lo internan durante cuatro meses en Baden-Baden, en compañía de otros diplomáticos latinoamericanos, siendo finalmente canjeado por homólogos alemanes.
Cuando Guimarães Rosa llega a Hamburgo es un hombre de treinta años, casado y con dos hijas, pero recién separado de su esposa en Río de Janeiro. Y sucede que en el consulado brasileño trabajaba como secretaria Aracy Moebius de Carvalho, una paranãense de su misma edad, divorciada, con un hijo. Guimarães Rosa y ella se enamoran, y su amor queda reflejado en 107 cartas y cuarenta y cuatro postales, billetes y telegramas, y en el diario donde el futuro autor de Grande Sertão: Veredas anotaba sus impresiones del mundo en derredor: un mundo en el que, no lo olvidemos, gobiernan los nazis. Guimarães Rosa llega a Alemania justo a tiempo para asistir al gran pogromo que pasó a la historia con el ominoso nombre de die Kristallnacht.
La parte que me parece más memorable de esta historia fue protagonizada por Aracy, con Guimarães como cómplice. Aracy logró que un funcionario de una comisaría hamburguesa emitiera pasaportes a judíos sin la J roja que los identificaba como tales, y gracias a ello le consiguió visados para salir de Alemania a varios cientos de esos parias del régimen nazi. Y lo hizo –y ahí radica el coraje civil de Aracy– a despecho de que el superior de ambos, de ella y Guimarães, el cónsul titular Joaquim António de Sousa Ribeiro, no otorgaba visados a judíos, tanto por su propio antisemitismo como por instrucciones secretas recibidas de Itamaraty, el ministerio brasileño de Asuntos Exteriores. Simpatizante con el régimen de Hitler, Sousa Ribeiro nunca hubiese firmado aquellos visados de haber sabido para quiénes eran.
Paralelo discurría el romance de Joãozinho y Aracy, uno bien ardiente, también a despecho de “los témpanos en el Alster [el río que atraviesa Hamburgo] , donde se posan las gaviotas”, como dejó él escrito en su diario. Así, todavía en el verano, el 24/ VIII /1938, le confesó en una carta: “ Deja que te diga que estabas linda, linda, a la hora de partir. Dormí abrazado a tu camisoncito rosa, todo impregnado del aroma del cuerpo maravilloso de la dueña de mi amor. Te seré absolutamente fiel, no miraré a las alemanitas, las cuales, por cierto, ¡todas se han vuelto sapos!”
Y en otra carta que los fetichistas entendemos a la perfección: “Ahora me voy a la cama, para dormir con tu camisoncito rosa, después de conversar un poco con las chinelitas chinas, que me hablarán de los lindos piececitos de su dueña.”
De regreso a Brasil, Joãozinho y Aracy se casaron, y hay dos detalles de sus vidas que siento la tentación de remarcar, y a lo único que no sé resistirme es a la tentación.
En Itamaraty, una parte importante del trabajo de Guimarães Rosa tuvo que ver con problemas de delimitación de fronteras, en Sete Quedas con el Paraguay, y también en el Pico da Neblina, en la selva amazónica, con Venezuela. En homenaje a su desempeño, crucial en ambos casos, se bautizó con su nombre una montaña de la cordillera Curupira. Hasta donde sé, el Guimarães Rosa debe ser el único pico del mundo que se llama como un gran escritor.
Y en Yad Vashem, en Tel Aviv, el 8 de julio de 1982, Aracy fue reconocida entre los Justos de las Naciones, la más alta dignidad que concede Israel. Lo que me hace gracia es pensar que Aracy cumple años el 20 de abril, el mismo día que Hitler. Y dicho sea de paso: este año Aracy cumplió cien, rodeada del cariño de los suyos, en São Paulo.
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