De Lenin a Mao
por Daniel Link, para Perfil
El martes pasado, después de una presentación del ciclo Confesionario particularmente inspirada, durante la cual Sebastián Freire presentó su video Cómo me hice gay..., quedamos diez personas en la vereda tratando de decidir a dónde ir a comer (multiplíquese el principio de incertudumbre que involucra siempre una decisión colectiva semejante) hasta que una voz tonante ordenó que fuéramos “al chino de acá al lado”.
Es que, en efecto, desde hace tres meses, al lado del Centro Cultural Ricardo Rojas funciona un restaurante consagrado a la provisión de comida china a vastas concurrencias, a juzgar por las dimensiones del lugar.
Mientras nos instalábamos en uno de los reservados laterales y deplorábamos la decoración de crucero internacional de la que había quedado presa la imaginación de los arquitectos, varios de los concurrentes señalaban las dimensiones basilicales del comedor, la grandiosidad inesperada del candelabro central y el todavía más extraño mural neonizado que dominaba los fondos, cientos de metros más atrás.
“Es que estamos en el Cosmos”, dije, como explicación que no fue del todo comprendida. “Esto”, insistí, “era la sala del cine Cosmos”.
Allí donde habíamos visto El Quijote ruso, Potemkin tantas veces, y donde habíamos sucumbido a las falsas mieles del lirismo brézhneviano, allí mismo funciona ahora un gigantesco comedor especializado en viandas chinas donde, nos dijo el mozo (el único occidental, y que parecía ciertamente un antiguo acomodador que había quedado como parte de inventario del local), los fines de semana no habríamos podido siquiera entrar, tan atiborrado está de miembros de la comunidad que, además de comer, concurren allí a exhibir sus habilidades para el karaoke.
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