En 1998, la primera vez que viajé a Frankfurt para la Feria del Libro, me compré una guía de la ciudad, escrita en un castellano champurreado pero muy bien hecha por lo demás, con hermosas ilustraciones, mapas, etc. Durante los años posteriores, la veneré oracularmente, como una Biblia. Cuando por fin tuve tiempo para visitar la ciudad solo (recién en 2001), ¡me olvidé la guía! Enojado conmigo mismo, deambulé lo que me parecieron horas en busca de la casa de Goethe, hasta que la encontré, luego de preguntar en dos oficinas de informes y de resistirme a comprar una nueva guía, como autocastigo por mi imperdonable lapsus.
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