24.6.05

Mis pesadillas (diurnas) tienen la costumbre, o el capricho, de hacerse realidad. Es como ver un alud que se precipita en cámara lenta desde lo alto de la montaña: uno sabe que no tiene la posibilidad física de huir, y quizás pretende detenerse tranquilamente a observar la propia, inminente destrucción, como si fuera la de otro. Pero la angustia es inevitable. Y uno se ve en medio del alud, sin siquiera la satisfacción (cómo sería eso) de haberlo previsto.

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