(Un recuerdo insignificante de la Academia y la Interna. Me encantan estas cosas, pero no lo hago de turro. Se la dedico a Jimena, quien dice que le gustan mis anécdotas, y le creo.)
La primera vez que vino J. J. Saer a Buenos Aires, por lo menos en la cúspide de su fama, fue a fines del 86. Me acuerdo porque fui a verlo al Rojas con una novia que yo tenía en ese momento. Daba una charla en la que participaban también Fogwill (todavía Rodolfo Enrique, creo), Libertella y un Alan Pauls aún joven.
La verdad es que fue para alquilar balcones. Quizás porque yo estaba con mis hormonas sexuales y literarias a pleno, pero la cuestión es que me acuerdo como si fuera ayer (y de ayer me acuerdo apenas).
Fogwill, siempre despatarrado y agresivo, arrancó bárbaro: “Qué raro es estar con Saer sin nadie de Punto de Vista en el medio.” Y leyó extraordinariamente el extraordinario poema “El fin de Higinio Gómez” (“Entró en el hotel al anochecer / en el mes de octubre, / ya a esa hora, en la glorieta de bulevar, entre el hotel / y la estación, va la luz del neón de los letreros / luminosos a horadar, complejamente, de un modo / suave, las glicinas...”); terminó diciendo: “Escribe bien el hombre.” A lo que Saer respondió: “Lee bien el hombre.”
En otro momento, Libertella dijo algo así como que necesitaba hacer una pregunta un poco estúpida; poco después, Fogwill intervino: “Voy a hacer una pregunta tipo Libertella, es decir, estúpida.”
Ante la previsible pregunta sobre qué leía, Saer dio una lista de temas: sociología, antropología, historia. “¿Teoría literaria?”, le repreguntaron. “No ―despreciativamente, pero agregó enseguida―: Salvo que Barthes sea teoría literaria.” Ah.
Le preguntaron qué autores argentinos jóvenes le parecían buenos, y él respondió, también previsiblemente, que Alan Pauls, allí presente. Creo que también mencionó a Piglia, pero no me acuerdo bien de eso.
¿Qué más? Bueno, veo que no me acuerdo de tantas cosas.
Ah, se habló de política, no me acuerdo a santo de qué, pero Saer mencionó a “gente inocente”, en tanto víctimas, supongo, y Fogwill enseguida le preguntó si realmente creía que había “gente inocente”. Saer reaccionó algo escandalizado: “Por supuesto que sí.” Pero ya a esa altura se hablaban idiomas distintos.
Divertidos nuestros showmen literarios y divertido el relato, bien del mundillo de los ochenta. Son graciosos esos actos del ambiente donde todos hacen tantos esfuerzos por ser ingeniosos y disfrutamos tanto de los que lo logran como de los que tienen menos reflejos para zafar o salir airosos. ¿O será que disfrutamos algo malignamente de ser público, de no tener que estar ahí trabajando en la competencia de truécanos y retruécanos inteligentes? Aunque vos, Paul, además disfrutabas de tu noviecita y de tus hormonas, nada despreciable.
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