3.4.05

¿Los de abajo?

Supongo que debe ser un chiste de Caparrós: "Uno podría decir que los hinchas de Boca somos esos que venimos de abajo, los que tenemos que pelearla siempre" (en Clarín de hoy). Bueno, es cierto que Macri no estudió en la Sorbona...
Pensar que, en la lejana revista Babel, Charlie Feiling se mofaba de los escritores populistas que se quedaban "babeando frente a un banderín de Boca Juniors".

16 comentarios:

  1. Anónimo4:33 p.m.

    Bueno, en ese entonces Caparrós no sólo dirigía una revista que se burlaba de los populistas, también estaba por una literatura de lo exótico y lejano, que evitara cualquier tentación de creer a que entre signo y realidad no sígnica había alguna relación. digamos que era una literatura prudente y recordemos que acusaba a toda la otra de ser tan ingenua como para merecer el apodo de "literatura Rogger rabbit".
    Sería interesante confrontar las declaraciones de "proyectos" y "convicciones" que algunos van afirmando tener cada vez, en el camino hacia la instalación en el campo intelectual, ver lo oportuno de cada uno y la función que fueron teniendo.

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  2. Anónimo4:33 p.m.

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  3. No me gustaba el Caparrós de Babel y El monitor argentino (quizás tampoco el de No velas a tus muertos). Me gustó el Caparrós periodista y el de La voluntad. No me gusta el de Valfierno y Boquita. Supongo que este "reproche de incoherencia" debe de ser un elogio para él. ¿Pero y si no hay incoherencia?

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  4. ¿Y si la coherencia fuera cambiar, ser, como canta Ney Matogrosso, metamorfosis ambulantes? Se escribe para cambiar, precisamente; no se puede decir yo soy lo mismo que era antes de escribir algo, si ese algo fue verdadero. Definirse es un acto contrario al propio movimiento de la escritura, y de la vida cambiada constantemente por la escritura; por eso las definiciones se viven como cárceles. Leopoldo Brizuela

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  5. Y en todo caso, ejercer la tarea de policía de la evolución de alguien como Martín Caparrós, sólo porque se supone que está cada vez más insertado en el campo intelectual -sobrevalorando, en fin, lo que esa figura representa sólo porque representa algo más que uno-, me parece una tarea un tanto mezquina. ¡Con tantas cosas de que ocuparse, profesora Drucaroff! Leopoldo Brizuela

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  6. Anónimo10:48 a.m.

    No se trata de mezquindad, nunca objeté la consagración ni el buen lugar en el mercado editorial, ni de Caparrós ni de nadie, al contrario, defendí muchas veces autores atacados solamente por eso, por pura envidia, los conociera o no los conociera, fueran o no fueran amigos míos. Los que conocen lo que hago lo saben con creces.
    Tampoco se trata de que Martín Caparrós sea mal escritor, no lo es en absoluto. Y mucho menos se trata de castigar a alguien por no cristalizarse a lo largo de los años.
    Lamento que lo que escribí haya podido leerse tan trivialmente. Se trata sí de que los cambios que se hacen sin sentir la responsabilidad de hacerse cargo de esos cambios son sospechosos. Se trata de que un intelectual tiene ciertas obligaciones sociales, y una clave es ésa.
    La incoherencia no es no pensar siempre igual, no es cambiar, ése es un modo muy trivial de definirla. Incoherencia es olvidar u omitir convicciones que se declararon con entusiasmo explícito años atrás, y no se declararon así nomás sino en un manifiesto, y en representación de muchos, y como parte de una operación de consagración y de un combate que tenía como objeto claro colocar a un grupo nuevo de escritores adentro del campo intelectual. No estoy condenando ese objetivo, si remite a un colocarse para algo y por algo más que el propio prestigio o la propia conveniencia, es decir a colocarse en nombre de un fin por ejemplo artístico, o literario, o político incluso, no me parece malo.
    El problema es que cuando la historia sigue como sigue, se vuelve confuso seguir sosteniendo que existió semejante fin trascendente a las propias conveniencias.
    El artículo que cité de Babel, donde Caparrós se burla de la literatura Rogger Rabbit y reivindica la que prescinde de toda relación con la realidad no sígnica, se erige como manifiesto de un grupo de escritores que quiere insertarse, casualmente el último grupo de escritores jóvenes que logró una cierta atención de la prensa (porque desde ellos la nueva literatura argentina fue cuasi invisible). Ese artículo extenso no decía cualquier cosa, no se posicionaba frente a la política y nuestro país de cualquier manera.
    Para recordar un detalle que hoy se vuelve casi siniestro: reivindicaba el nombre "Shanghai" para el grupo con un tonito juguetón y voluntariamente cínico, tan de moda en ese tiempo, en nombre (entre otras cosas afines) de la alegre "corrupción" (palabra textual) que imperaba en el puerto de Shanghai. Corrupción lisa y llana, claro: contrabando, coimas, etc. ¿Era una metáfora, nada más? ¿Son neutras las connotaciones de las metáforas que se eligen?
    Escrito a finales de los ochenta, tan cerca del comienzo de la era menemista, esa reivindicación hoy se llena de sentidos. Creo que permite mirar cosas que sutilmente estaban latiendo no sólo en el campo intelectual sino en la sociedad argentina, mucho menos . Y no se trata de responder que esos escritores no apoyaron el menemismo porque no estoy haciendo semejante razonamiento mecánico y burdo.
    Creo que había algo oportunista que latía al ritmo de los tiempos, no sólo de Caparrós sino de todo ese grupo, cuando elegían defender estéticamente lo que elegían, cuando razonaban con ese alegre desinterés provocativo.

    Quisiera ilustrar lo que digo con una anécdota:
    El año pasado, en el ciclo que organicé en el CCE, invité a Alan Pauls a que participara en una mesa cuyo tema era cómo escribir hoy de política. Participaban en el panel dos escritores más jóvenes, Florencia Abbate y Omar Chauvié. Me constaba que en la obra de ambos la relación entre la política, la realidad social argentina y la literatura eran claves (una tendencia que noto con cierta fuerza en la narrativa y la poesía actuales). Invité a Pauls al panel porque esperaba que reivindicara esta posición prescindente que le había escuchado defender a menudo, también con la intuición de que esta diferencia daría alguna cuenta de una posible diferencia de miradas generacionales entre él y ellos.
    Mi intención era generar un debate interesante, no acallar ni imponer una posición.
    El debate no pudo realizarse. Para mi absoluto estupor, Alan Pauls empezó su exposición recordando a los escritores jóvenes del panel y al público (en su mayoría veinteañero) que él pertenecía a una generación, "LA DEL SETENTA", dijo, que había extremado y llevado al paroxismo el enfrentamiento político. Se apropió con voz segura y explícita de toda la tradición setentista, como si nunca hubiera él opinado otra cosa, y acusó a casi la totalidad de la literatura y la política argentinas, muy especialmente la de los últimos treinta años, de ñoñería. "Hoy hacer politica es hacer lobby, marketing", dijo más o menos. Afirmó que con semejante experiencia vital, él se sentía aburrido y desubicado en esta realidad tan vacía.
    Tengo el acta de todo lo que se dijo en ese panel, es muy interesante.
    En un segundo Alan Pauls se había puesto a la infinita izquierda de todos los demás.
    Cuando terminaron las exposiciones, tomé viejas Babel y confronté públicamente a Alan con las cosas que había escrito a finales de los 80, con el modo en que se había posicionado entonces respecto de la década del setenta que acababa de reivindicar, y con la literatura que había escrito y seguía escribiendo hasta ahora. Con elegancia y humor ignoró mi pregunta (que era algo así como "¿qué continuidad establecés entre lo que decías entonces y lo que decís ahora?") y empezó a contar fascinantes anécdotas sabrosas sobre las internas de Babel, que sedujeron a un público juvenil fundamentalmente desarmado por tantos años de una Argentina cuyo lema es "me cago en la palabra".

    Es cierto que se puede cambiar y que los cambios son bienvenidos... cuando son cambios. Porque pasar del color naranja que triunfó en la temporada pasada al rosa de éste verano no es cambiar. Y en el campo intelectual también hay modas y consensos que cada vez son oportunos.
    Se puede cambiar, lo que no se puede ni debe es borrar o ignorar lo que se dijo antes de cambiar. Recuperar quién uno fue para criticarlo se llama integridad. Hacer como que no pasó nada, ¿cómo se llama?
    Mal que le pese a este tiempo, las palabras siguen sin ser gratuitas. No son gratuitas para mí, por eso pienso mucho antes de escribir la palabra policía, aunque no me tiemble la mano si debo escribirla.
    Y si de algo se debe ocupar la crítica de discursos es de recordar a la sociedad que las palabras no son gratuitas, y de decir "señor, esto que usted dijo tiene un precio, no nos venga con un pagadiós por favor". Pagar no es quebrar ni ser condenado a la horca, es pagar, nada más.
    Nada tiene que ver eso con ser policía. La policía enmudece o encarcela, yo me limito a intentar que quien habló se haga cargo de lo que dijo y de lo que dice.
    De todos modos, es curioso esto porque mi primer comentario no hizo más que sacar consecuencias del post jocoso de Paul: una declaración populista de Caparrós y un "pensar que..." donde quien postea confronta con Babel, que supo esgrimir discursos tan diferentes del que ahora leemos.
    Me pregunto por qué el rechazo a sacar las consecuencias de lo que se empieza a pensar, y por qué la necesidad inmediata de personalizar y acusarme de policial y mezquina. Lo que digo va más allá de Martín, aunque por supuesto lo incluye. Por eso conté lo de Pauls (y podría seguir analizando fenómenos afines).
    Porque es un síntoma de época y no creo que debamos negarlo, y no me parece bien ser cómplice.

    por último, Paul, no entiendo el comentario que hacés vos, salvo que consuene con lo que yo digo. Si no, por favor aclarámelo porque sospecho que me va a hacer pensar.

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  7. Estoy pensando en lo que vos decís, al lado de lo cual mi comentario es demasiado torpe. Primero, quizás sólo enuncié gustos personales, inofensivos. La verdad es que Martín C. era directamente insoportable en esos tiempos. Yo no sabía que había sido monto; cuando me enteré no lo podía creer, ingenuo de mí. Pero después hizo cosas muy buenas, verdaderamente resistentes desde lo político, que parecían consonantes con aquel lejano pasado nacional y popular, y no con su frívola temporada nac & pop. Finalmente, lo que quise decir es que seguramente Martín C. piensa como Leopoldo, que la coherencia es cambiar. Yo ya dije varias veces que no estoy de acuerdo. Para decirlo más ingenuamente aún: primero la revolución, después cambiemos tantas veces como querramos.

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  8. ¿Fui muy enfático? Lo que quise decir es que en lo personal se puede cambiar muchas veces (además es inevitable), pero en lo político no es, no puede ser igual. Ahí tiene que cambiar el mundo.

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  9. Anónimo6:15 p.m.

    Ah, ahora te entendí, me había quedado pensando en la frase y no me cerraba. Al mismo tiempo, me causaba simpatía, sentía que iba para un lado con el que iba a acordar.
    Y acuerdo, sí. Supongo que tiene relación con ese dicho que dice "tantas veces tuve que cambiar de opinión para poder seguir en el mismo partido, y tantas veces tuve que cambiar de partido para poder ser coherente con la misma opinión". El partido que va cambiando oportunistamente de opinión, según le va en la feria, sería lo contrario del tipo que si va cambiando es porque defiende siempre lo mismo, aunque vaya discutiendo cada vez las herramientas para defenderlo. Pero en todo caso, el partido que cambió de opinión no suele tener ningún deseo de recordar su pasado(pienso en el PC, que cuando yo tenía 18 años dijo que Videla era un general democrático... y hoy está a la izquierda de todas las izquierdas, perorando). En cambio quien si cambió de partido fue para defender su opinión, ése no tiene inconvenientes. Se reconoce en su historia, los cambios son una continuidad personal adentro de una constante política, para usar tu doble enfoque.

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  10. Nutritivo caso el expuesto. Postearé al respecto en este mismo acto, a un solo efecto y para la posteridad rastrera.

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  11. Anónimo4:53 p.m.

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  12. Anónimo4:54 p.m.

    Claro que cambiar no tiene nada de malo. El error, creo, es suponer que Caparrós cambió. Hay una profunda unidad en el Caparrós tilingo posmo de Babel y el Caparrós populista comprometido que hace negocio con su pasado montonero, sea verdadero o no. Es coherente, como Pacho O'Donnell: ¿fue incoherente Pacho por ser oficialista con Alfonsín y después con Menem y ahora sosteniendo posiciones cercanas al setentismo que sostenía cuando estaban de onda, en los setenta? No es incoherente: siempre hace lo que hay que hacer. Caparrós también. Histeria y tilinguismo es su marca, a quién le importa si es a favor o en contra de Boca, de los montoneros o de la literatura autorreferencial, no es la bandera lo que importa sino el modo de sostenerla y aprovecharla. Como Pauls, claro, y tantos otros.

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  13. No sé, es para profundizar interminablemente, pero no me parecen lo Mismo los tres casos mencionados: O'Donnell (injustificable), Pauls (su literatura no es para nada demagógica, creo yo), Caparrós (he aquí la duda que persiste).

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  14. Anónimo2:42 p.m.

    Thank you!
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  15. Anónimo2:43 p.m.

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