Acabo de ver Diez (o Ten), de Abas Kiarostami (2002).
No me alabo precisamente por tener un amplio conocimiento del cine actual, pero sí me atrevo a decir que, muerto Tarcovsky, es Kiarostami el heredero de los grandes clásicos del siglo XX.
En una especie de documental sobre esta misma película (Ten on Ten), dice que lo que él hace es "sembrar hierba en platos mientras los otros siembran grandes plantaciones". Algo así, sin duda.
El iraní es, diría yo, forzosamente “neorrealista” pero vocacionalmente “antonionista”. Sabe muy bien que el cine filma, entre otras cosas inasibles, tiempo.
En suma, este pequeña saga de la joven esposa y madre que charla en su automóvil (con su hijo, con su hermana, con amigas o desconocidas) es una joya que vale la pena ver con suma tranquilidad, sabiendo que el patrón básico es una repetición con (mínimas) variaciones, como en los ya clásicos El sabor de la cereza y A través de los olivos.
El famoso crítico del Chicago Sun, Roger Ebert, por suerte, no ha entendido nada, ni quiere entender. Dice, como los chicos de la escuela cuando van a ver una exposición de arte moderno: “Anyone could make a movie like Ten.” ¡Ojalá! En el cine argentino, intentan todo el tiempo. Bueno, a veces les sale. A Perrone, por ejemplo (pero lo favorece que Ituzaingó es igualito a Irán, o viceversa).
Acá, una crítica más feliz, de Mauricio Álvarez, y acá una un poco más técnica, traducida de Cahiers, "Más allá del cine" (título engañosamente usual, porque nada hay “más allá del cine”, y menos en Kiarostami).
Para terminar, anoto dos frases del guión; ambas se las dice la prostituta a la joven conductora: "No suspiro porque soy infeliz. Suspiro porque era infeliz." "Del amor, ustedes son mayoristas, nosotras somos minoristas."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario