Por fin, un día, estuve solo en Johannisberg, con algo de tiempo por delante. Eran casi las cinco de la tarde, pero confiaba en poder hacer la deseada incursión a Winkel, y quizás un poco más allá. Encaré los dos kilómetros por la ruta, decidido. Era el camino hecho mil veces, todas las mañanas, con el coche. Y de vuelta a la noche, en plena oscuridad. Pero esta vez, a pie, la cosa se ponía difícil. Mucho pasto y algo de barro, nada sólido. No hay propiamente banquina, sino la franja, irregular en ancho y altura, que van dejando los viñedos, más o menos a su capricho. (Un par de años después, descubriría que era mucho mejor bajar a través de los viñedos, aunque tardara más.)
Los que pasaban en coches, motos, incluso en tractores, me miraban extrañados, o así me pareció, no soy confiable para estas cosas. Por suerte, no pasó la Polizei, con sus autos blancos y verdes. ¿Qué hubieran pensado de ese extemporáneo peatón con facha de árabe? Había una familia haciendo un picnic crepuscular en un recodo de los viñedos. El sol estaba cayendo a gran velocidad, agrandada por mis aprensiones.
Debo haber llegado a Winkel a las seis. Atravesé rápidamente el pequeño pueblo, deteniéndome sólo a ver un poco más de cerca la Brentanohaus (que resultó un restaurante, no un museo, como siempre había creído). Después, crucé la ruta, tan peligrosa, hasta la misma vera del Rin. (Un par de años después, descubriría que había túneles para eso.)
Sí, resultó muy poco tiempo, pero tenía que volver antes de que anocheciera. Lamenté no haber podido seguir caminando. Oestrich estaba ahí no más, pero ¿cómo volvía en medio de la noche, por esa ruta oscurísima? La cuestión es que volví en pleno atardecer. En un recodo, hasta pude ver el castillo de Johannisberg bellamente recortado frente a un sol declinante, que de paso doraba las cimas de las vides. Seguramente la gente que pasaba en sus autos impecables seguía mirándome con extrañeza, pero ahora yo ya no veía sus caras tan claramente. Y me importaba menos. Llegué más rápido de lo que creía, como suele pasarme; con muy poco aliento. Estaba cansado, pero también eufórico, lo reconozco.
Ah. Recuerdo que, cuando pisé la orilla del Rin, me agaché para tocar el agua y no pude. No pude.
Hi from nyc! :O)
ResponderBorrarhttp://r2000.blogspot.com
Hi. Good photos.
ResponderBorrarqué buena la crónica, hasta me parece estar viendo el castillo y los viñedos.
ResponderBorrarlo que no entiendo es... cómo que no pudiste tocar el agua? por un problema de elongación? o porque estaba prohibido? o
No me cargues, Jimena... :-)
ResponderBorrarAcá el ingenuo fui yo. Me dio como un pudor sagrado: ¡era el Rin, caracho!
aaaaaaaaah, je je. está bien, está bien, te sentiste como heráclito mirando el río y por eso no lo pudiste tocar.
ResponderBorrarpor un momento tuve la imagen de un tipo tratando de agacharse para tocar el agua con la mano y luego sufriendo un terrible dolor de espalda o, lo que es peor, trastabillando y dando de bruces contra el barro de la orilla.
:)
Por lo menos en el barro hubiera habido agua. Aclaro que, años después de ese episodio ridículo, sí pude tocar el aguita sacrosanta y reciclada del Vater Rhein. No había dioses ni oí música de Wagner, pero estuvo bueno.
ResponderBorrarVater Rhein, pero Mutter Río de la Plata color dulce de leche La Martona. Me gustan mucho estas crónicas, Paul, les sigo leyendo ese extrañamiento extranjero, esa fascinación ajena del que viene del país joven y tercermundista y sabe bien a dónde está.
ResponderBorrarGracias, Elsa. Tengo muchas notas así, pero no me animo a ponerlas todas, mucho menos en crudo. Las toco y las retoco, y dudo. Juro que no son "ficción", pero aspiran a un toquecito de literatura. Y a lo mejor por ahí me desbarranco.
ResponderBorrarClaro, ahora me doy cuenta: la literatura para mí es como el Rin, me acerco pero no puedo tocarla.
ResponderBorrarno no, tocarla no. hacerla. las crónicas también pueden tener su toque literario, de hecho las crónicas tuyas están llenas de imágenes que son bien "literarias".
ResponderBorrarNo sé, también podrías haber dicho: era el atardecer y se veía el castillo y punto.
Si tenés crónicas, subilas nomás pulidas o no, es parte de la tarea del escritor al fin y al cabo. Retocar y retocar y retocar sin nunca estar del todo conforme.
:)
¿No tenemos que aceptar que la literatura es un oficio y no una Experiencia Sublime de Seres Superiores? Ejercer un oficio es toda una experiencia, pero bajemos las mayúsculas, que además paralizan y te hacen por ejemplo dudar y casi pedir disculpas porque con tus notas de viaje hacés literatura. La literatura es un oficio social y necesario, no más y nada más, puede ser sublime sin duda, como es sublime construir una casa para que habite un semejante o curar o cocinar para otros, pero no es Especialmente Elevada y se aprende, se ejercita, como todo oficio. Sostener lo anterior es apropiarse en el terreno "espiritual" de un privilegio de clase, como justifica muy sólidamente Williams en Marxismo y literatura (gran libro), un privilegio cuya función principal es desmerecer a los demás. Es hermosa la imagen de tu mano que no alcanza a tocar el Rhin, paradójicamente cuando la escribís estás haciendo literatura. Personalmente escribí mis novelas sin pretender otra cosa que ejercer dignamente mi oficio, con todo mi compromiso, lo mejor que podía. Si me hubiera propuesto tocar el Rin no hubiera podido escribir una palabra. La literatura pretenciosa es la que parece creer que a cada rato toca el Rin, pero el Rin no se toca porque te lo propongas, precisamente como lo tocás vos en esa imagen donde no lo tocás. Se toca cuando hay ALGO PARA DECIR y lográs decirlo, cuando del lado lector hay un clik y un reconocimiento de que la palabra golpeó, de que la función social de la literatura, que no es mucho más que esa, está ocurriendo. Y si no, si te desbarrancás, Paul, tampoco pasa nada. Una escritura artística fallida no es más que eso. Bastante peor es levantar una casa que se derrumba o ser médico y enfermar o cocinero y envenenar. El modo en que se encaran la crítica y la teoría literarias está lleno de ínfulas que quieren proteger nuestro capital simbólico igual que los que viven en el country protegen sus bienes. A mí en cambio me gusta pensarme como una laburanta que hace una tarea importante, igual que otros hacen otras tareas importantes. RElajate y poné tus notas, Paul.
ResponderBorrarA la pelotita! L
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