Cuentan que el general Caballero, tamaulipeco o coahuilense, muy allegado por sus relaciones políticas con el señor Carranza, ordenó que se embarcaran sus hombres rápidamente en un tren para ir a atacar la columna del general don Antonio Rábago, aguerrido jefe federal que se encontraba defendiendo Ciudad Victoria.
Rábago, que tenía fama de ser el mejor general de caballería de sus tiempos, salió a batir a los revolucionarios y derrotó a las avanzadas de Caballero en forma terrible, no dejando vivo a uno solo de sus hombres.
En estas condiciones, Caballero quiso que retrocediera el tren en que iba a atacar a su adversario; por más que dictaba órdenes, la locomotora no se movía. Indignado por tal cosa, ordenó que trajeran a su presencia al maquinista y con él entabló este diálogo:
-¿Por qué no camina la máquina? Lo voy a mandar fusilar a usted.
-Señor -respondió el maquinista- yo no tengo la culpa. Los inyectores...
-Ah, son los inyectores. Pues que una escolta baje a ésos y los fusile inmediatamente.
(José Ramos, Anécdotas de la Revolución Mexicana)
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