Ingeniosa y algo ingenua (como las novelas de Pablo de Santis, a quien el protagonista se parece un poco), Pi, de Darren Aronofsky, entretuvo mi cuarta gripe del invierno.
Max Cohen obsesionado por encontrar un modelo numérico del universo (y, ya que está, del mercado accionario…) es un personaje borgesiano. Cree que el desorden repetido, aparente, puede dar como resultado un orden subyacente en todo, el Orden. No llega a darse cuenta de que ese orden que busca, cualquier orden, es sólo una proyección de su propia mente; no ha leído a Kant, pero al final parece haberlo sospechado (una de las últimas escenas me recordó la última, famosa, toma de Tiempo de revancha, sólo que Max no se saca la lengua sino el cerebro, que es donde está el problema).
También sobrevuela Lacan: la ciencia como paranoica y como angustia de castración. (“Ah, ciencia, la persecución del conocimiento”, dice la vecina, irónicamente. Y el maestro de Max le advierte que, cuando abandona el rigor, abandona la matemática; y le aconseja que se busque una esposa; el mito de Ícaro, varias veces aludido; la ceguera.) También, la idea de que en cualquier sucesión (por ejemplo, de números) pueda determinarse un patrón, lo que hace que la siguiente ocurrencia sea predecible… retrospectivamente. Esto aboliría la noción “ingenua” de azar.
Pero creo que ya me fui muy lejos de la película de Aronofsky.
Si no me acuerdo mal tenía ádemás esta película una música alucinante, un rock violento, o algo así.
ResponderBorrarSí, sobre todo al final. En el transcurso tiene muy buen sonido, bien trabajado con detalle, irritante. No llega a ser subliminal, como el de Irreversible, pero produce un efecto parecido.
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