Releyendo el afiebrado post anterior, advierto que, por hacer un juego de palabras, "acusé" de ingenuo a Pablo de Santis. No me voy a desdecir, pero quizás convenga aclarar que se trata más bien de una descripción y no necesariamente de una crítica. Me gustó mucho La traducción, por ejemplo; no tanto Filosofía y Letras, que sin duda, al lado de La cátedra, de Nicolás Casullo, con la cual tiene tantos puntos de contacto, es decididamente naif.
(Acá también debe de hablar la envidia, ya que, muchos años antes de que De Santis publicara esa novela, yo había escrito Los crímenes de la calle Barthes, de tema muy similar, sin ninguna repercusión.)
¿A qué llamás ingenuidad? ¿A la apariencia de fábula? La sequedad, la amargura, la descnfianza de toda construcción intelectual, que al mismo tiempo le fascina porque lo es, me parece lo contrario de lo ingenuo. De Santis sabe de la destrucción más que la mayoría, y se entretiene jugando simplemente porque es lo único que queda para hacer. Compararlo con Casullo -que personalmente no puedo leer- es tan errado como comparar El Barón Rampante con El Gatopardo sólo por que las dos tienen tema italiano y hablan de la nobleza; son dos géneros opuestos. POr otro lado, hay una apariencia de ingenuidad, eso puede ser, voluntaria; así como en Casullo hay una apariencia de sabiduría extrema, voluntaria. De Santis trabaja con el no dicho; Casullo no se calla nada: eso, en mi modesto entender, es un defecto.
ResponderBorrar