Hace mucho tiempo, fui a ver una puesta del Arturo Ui, de Brecht, a un teatro de San Telmo, creo que el Bambalinas. De los actores, sólo recuerdo al protagonista, Franklin Caicedo. Y que la puesta estaba enmarcada como la filmación de una película, con lo cual se instalaban dos planos de realidad que cumplían con las exigencias del extrañamiento brechtiano. Pero lo que quiero contar es que, en un determinado momento, el actor que hacía el papel del anciano "Hindenburg" tenía que manifestar indignación ante las presiones de Arturo, se incorporó a medias en su asiento y vaciló extrañamente. Fue casi imposible determinar el momento exacto de la transición entre la furia de su personaje y su verdadera descompensación. En algún punto hubiera quedado clara, dada la casi inmediata interrupción de la obra. Caicedo se dirigió al público y dijo precisamente: "Perdón, se descompuso." Pero, a su vez, dada la estética de la obra, esa interrupción bien podía quedar incorporada a ella. De hecho, la escena siguió, mientras el hombre se reponía en el escenario. Si no fuera porque implicaba una desgracia personal, diría que fue un instante mágico.
También me recuerda algo que cuenta Liv Ullmann en su libro de memorias, Senderos. Cuanto tenía que filmar la escena del suicidio en Cara a cara, le dieron un frasco con pastillas de utilería, quiero decir, de caramelos, supongo. Pero ella empezó a pensar que quizás se habían equivocado y le habían dado somníferos de verdad; de hecho, eran muy parecidos… Mientras se preparaba, la idea se le fue convirtiendo en una obsesión y, al tomar finalmente las "pastillas", su estado de angustia era muy similar al del personaje. En realidad, había recurrido a una especie de memoria emotiva exacerbada; sabía que la confusión era imposible, pero creer en ella le sirvió para componer mejor la escena. Por supuesto, la diferencia irreductible era que el personaje moría y ella no…
No iba a ponerla, porque es una anécdota demasiado conocida, pero tres es mejor que dos. Dicen que Dustin Hoffmann se encontró con John Gielgud poco después de hacer Perdidos en la noche. Le contó que, para componer su personaje consagratorio, Ratso Rizzo, había pasado varios meses conviviendo con mendigos, sin bañarse, comiendo y durmiendo en refugios o en la calle misma… El inglés lo miró extrañado, casi escandalizado, y le preguntó: "¿Y por qué no lo actuó?"
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