Entre nosotros se suele contar como un hecho histórico que, cuando Ota Dokan, el gran constructor del castillo de Tokio, murió atravesado por una lanza, su asesino, que sabía que a su víctima le gustaba la poesía, acompañó su arremetida con estos versos pareados:
“¡Ah! ¡Cómo en momentos como estos
envidia nuestro corazón la luz de la vida!”
A esto, el héroe que agonizaba, pero que no había perdido nada de su ingenio a pesar de la herida mortal recibida en su costado, añadió estos versos:
“Si no fuera que, en horas de paz,
ha aprendido a considerar la vida con ligereza.”
Hay actitudes deportivas en las naturalezas valientes. Cosas que son serias para las personas comunes pueden ser un juego para los valientes. Por eso en las guerras pasadas no era raro que quienes contendían intercambiaran sucesivas réplicas o comenzaran con un juego de preguntas y respuestas retóricas. El combate no era sólo una cuestión de fuerza, sino también un enfrentamiento del intelecto.
Ésta fue la característica de la batalla que se desarrolló a orillas del río Koromo, a fines del siglo XI. El ejército oriental fue derrotado; su jefe, Sadato, escapó. Cuando el general que lo perseguía estuvo a punto de alcanzarlo, gritó: “Para un guerrero es deshonroso dar la espalda al enemigo.”
Sadato detuvo su caballo, y el vencedor improvisó y le gritó estos versos:
“La textura de la tela está hecha jirones.”
Cuando estas palabras salieron de su boca, el guerrero derrotado, sin perturbarse, completó el pareado:
“Dado que el tiempo ha gastado los hilos con el uso.”
Yoshiie, que todo ese tiempo había sostenido tensado el arco, lo aflojó y se marchó, dejando a su víctima en libertad. Al preguntársele por qué actuó de ese modo extraño, replicó que no podía hacer pasar vergüenza a un hombre que había mantenido tal espíritu mientras su enemigo lo perseguía a tan corta distancia.
(del Bushido, Buenos Aires-México, Saga Ediciones, en prensa)
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