(Fragmento de Jorge Volnovich, ed., Abuso sexual en la infancia 2, Buenos Aires, Lumen-Hvmanitas, 2005, en prensa. Escrito mucho antes de esta campaña electoral.)
En 1998, tuve una experiencia que me pareció muy graciosa y absurda. Habiendo sido convidado a una intervención de carácter institucional en un organismo nacional destinado a las políticas de infancia, se generó entre los aproximadamente 50 participantes un debate generacional de viejos integrantes del organismo (llamados “funcionarios de planta”) con nuevos miembros (contratados en condiciones “flexibles”, en lo que se denomina vulgarmente “contratos basura”). Los nuevos llamaban a los viejos “burócratas”, y los viejos acusaban a los nuevos de “atropelladores”, en ese tipo de conflictiva familiarista que se presenta como reproducción de la familia edípica en las instituciones.
Fue en ese momento cuando se me ocurrió preguntarles a todos: “Levanten la mano los que han entrado a este organismo por concurso.” Como bien se puede imaginar, nadie levantó la mano. En ese momento, en forma jocosa e irónica, les propuse: “Bueh, tal vez están medio asustados de levantar la mano. Entonces, levanten la mano los que no entraron por concurso.” Tampoco nadie levantó la mano.
Demás está decir que la discusión sobre la problemática generacional desapareció instantáneamente para dejar paso a la impotencia. De alguna manera, todas (en este campo, el 90 % de los agentes sociales son mujeres) estaban en igualdad de condiciones: ninguno/a había entrado por concurso.
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En realidad, esas agentes eran un espejo de la política patriarcal desarrollada por siglos respecto de la infancia desvalida, que delegaba en la primera dama de la Nación, Provincia o Municipalidad la tarea maternal de gestionar la infancia desde una perspectiva benefactora y asistencialista. En ese tipo de política, toda primera dama se rodeaba de sus colaboradoras, en general amigas de las amigas de las amigas, que recalaban indefectiblemente en los organismos públicos destinados a proteger la infancia. A partir de los años 80 y 90, en función del avance en los derechos de la mujer, así como con la asunción del Estado mínimo como imposición político-ideológica del neoliberalismo para el mundo, se hacen cargo de la gestión de estas políticas las mujeres militantes. Con derechos ganados en el campo de batalla de la política, se ven obligadas a desarrollar el mismo tipo de política asistencialista y, para llevarla a cabo, designan a las mujeres amigas de las amigas de las amigas del partido político de turno. A la política paternalista de antaño le sumarán ahora el carácter productivista y neoeficientista de la gestión, pasando los programas sociales a ser gerenciados como parte de la gran empresa social del Estado. Ahora las mujeres no solo debían cuidar de los niños, ¡también tenían que ahorrar!
De alguna manera, el pasaje de la figura “primera dama” a “mujer militante” en la conducción de las políticas para la infancia responde a dos tipos de maternalización y a una verdadera doble identificación de ésta desde un proyecto patriarcal. La primera, con los valores asistencialistas y con las estrategias de dominación que éste propone tanto para la sociedad en su conjunto como para los niños. En ese sentido, la primera dama es la metáfora del Estado patriarcal, autoritario y vertical que ejerció el poder durante varias generaciones. Pero, al mismo tiempo, la mujer militante se instala en un tipo de estrategia diferente del patriarcado, que es la política del vacío, en la medida que también se identifica con el mercado que fue tomando el lugar del Estado patriarcal... En otras palabras, si la maternalización de las instituciones dedicadas a la infancia, que denominamos “política de primera dama”, se contrapone con la responsabilidad que le cabe al Estado como encargado de proteger los derechos del niño como sujeto de derechos en desarrollo, la maternalización resultante de la “política de la mujer militante”, como subsidiaria del paternalismo y el mercado, resultó ser todavía más desresponsabilizante, porque es hija de una estrategia de vacío.
Está bien, es interesante, pero las situaciones en las que algunas mujeres llegan a lugares de poder desde el cual se puede HACER siempre tienen más matices para pensar, no me parece por ejemplo que lo que representaba o significó Eva Perón, "madrecita" más que nadie, se pueda reducir a la identificaciòn con el estado o el orden dominante (no digo que no exista, digo que es perderse muchas cosas reducirlo a esto). Las aristòcratas damas de beneficencia de antes de Evita también tienen más costados para mirar, algunos mucho más ricos de lo que parece. Cuando el conflicto de poder de los géneros se cruza con el conflicto de clases las cosas siempre son muy complicadas y tienen por lo menos dos miradas, por lo menos...
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