Juan Carlos Martini, El fantasma imperfecto, Buenos Aires, Legasa, 1986.
Muchos relatos fantásticos y de terror empiezan con una “transgresión” de las “coordenadas espacio-temporales” que somete a los protagonistas a ciertas experiencias iniciáticas, en las que sólo los “puros” —desde el principio, o quizás arrepentidos— van a sobrevivir.
En El fantasma..., sucede algo similar. Se trata de una transgresión del espacio-tiempo, pero no en un nivel seudometafísico, sino sociocultural: convertir un lugar de tránsito por antonomasia (el aeropuerto) en un lugar de permanencia.
De hecho, no se sabe bien por qué Minelli llega tan temprano; y ésta es una de las cosas que más lo convierten en sospechoso (o, por lo menos, en testigo, que es algo parecido, o igualmente importante) ante los ojos del policía.
¿Aeropuerto, metáfora del mundo? No parece. Más bien, es un no lugar (cf. Augé), un espacio de pasaje que apenas se resuelve como tal, un limbo entre culturas, entre lenguajes, entre saberes.
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