Roberto Arlt, El criador de gorilas, Buenos Aires, Futuro, 1951, 160 pp.
El problema de la unidad. ¿Los cuentos constituyen una unidad o hay que analizarlos uno por uno? De otra manera: ¿en qué hay unidad y en qué no?
Por cierto, el exotismo deliberado, la brecha cultural, la distancia geográfica y temporal (ambigua) hacen que estos relatos exhiban una narratividad más “pura” que las novelas clásicas de Arlt. Parecen no contaminados de esa referencialidad (por no decir realismo, mala palabra), aun sesgada, que lo hizo famoso. Pero se podrían rastrear algunos elementos recurrentes: “Sin honradez, en África se puede llegar a alguna parte.”
Coexistencia de lexemas provenientes del mundo “árabe” (procura ser muy detallista, abundar en color local) u oriental, con los casticismos y las cursilerías propias del estilo de Arlt, con muy poquitos lunfardismos o al menos porteñismos.
Función del narrador. Al principio, mero testigo sin nombre (podría ser el mismo observador cínico de las Aguafuertes). Después, protagonista, interviniente en las “aventuras” contadas. Hay una progresión acá, un progresivo compromiso en la acción y en el mundo que cuenta. Pero la ambigüedad persiste hasta el final: a veces es claramente occidental, otras parece árabe. Al final: el cónsul Jeffries se resiste a la dominación hipnótica del mago oriental, matándolo. (Pero está a punto de ceder, etc.)
La ciudad y el desierto. Posibilidad de referir a una barbarie que en su propio país rechaza (“odio el campo”).
Muchos relatos “incluidos”: lo exótico es un relato oral, un relato de los otros.
También en “Los hombres bestias” se registra la tentación de la barbarie, entre negros occidentales y negros caníbales. “El cuadro de civilización del puerto me causó repulsión.”
“El desierto entra a la ciudad”: constante contaminación de la barbarie y la civilización (la dicotomía no es arltiana).
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