El atardecer, para Borges, es el equivalente temporal de "las orillas". Si las orillas no son ni campo ni ciudad (literalmente, una u-topía), o son ambas cosas, el atardecer no es ni día ni noche, o es ambas cosas. Desde el punto de vista perceptivo, es el momento ideal para construir una visión, entre la estridencia de la luz diurna, demasiado reveladora, difícil de negar, y el vacío perceptivo de la noche, cuando es demasiado fácil, o ya no hay nada que ver. Es decir que (viéndolo a contrapelo) niega también el mundo del trabajo. El flaneur del atardecer bien podría ser alguien que sale de su trabajo, como los personajes de Arlt, pero el yo lírico o sujeto enunciador narrativo -—"Borges"-— sale de su casa y vuelve a ella, lejos también del mundo (¿pecaminoso?) de la diversión nocturna.
("¿No es el suburbio la tarde de la ciudad?": Güiraldes, en "Una carta inédita de Ricardo Güiraldes", Síntesis, 13, junio de 1928.)
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